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Argentina, Cuba, Venezuela :: 09/10/2020

Venezuela, el Caribe y sus cien años de soledad

Mauro Berengan
Avanza el gobierno "progresista" de Alberto Fernández hoy con Piñera y Bolsonaro, no lo hace con Maduro o Díaz Canel

Cuando Cuba pasó su período especial el peronismo menemista gobernaba la Argentina. La caída de la URSS auguraba el fin de más de tres décadas de revolución caribeña, no podía resistir. Pero para que la estocada final funcione, para que el bloqueo sea total, el pueblo sufra la crudeza del hambre y culpe y expulse a sus gobernantes, toda América debía darle la espalda, y se la dio con gusto. EEUU lo logró sin mucho esfuerzo, sin fisura, como todo asedio requiere; eran tiempos de librarse de la izquierda, de huir, de renegar del pasado.

Era la hora de los ex izquierdistas devenidos en alfonsinistas, menemistas, socialdemócratas liberales. No faltaron las diatribas progresistas contra la “tiranía castrista” ni tampoco las de la izquierda frente a la “revolución deformada”. Caían los grandes relatos y con ellos la historia. Mas pasaron los tiempos y allí siguió Cuba, fuerza de adentro, y tantos conversos descolocados se reconvirtieron y recolgaron a Fidel en la pared. Digámoslo:

Cuba volvía a garpar, el período especial se olvidaba, nadie culpaba al tirano de los duros pesares de la isla como hoy lo hacen sin más con Venezuela; Fidel moría héroe también de los conversos.

Y como así es el caribeño, otra revolución surgió por allá, parecía brotar de las piedras. Por poco más de diez años, 2002-2013, ser chavista también garpó, convenía, irradiaba; las transformaciones materiales y discursivas eran profundas, pero amplias a la vez, había para todos. Progresistas de todo palo pegaron la calcomanía de Chávez en el termo, y hasta algún trotskista quizás se entusiasmó con el llamado a la quinta internacional, aunque en voz baja, no vaya a ser. Y claro gobiernos bien diversos se fotografiaron con la billetera petrolera del Caribe.

Operación, destino, duro devenir, Chávez se murió. Y vaya que importa el individuo, el liderazgo en la articulación; no alcanza claro, pero Chávez nacen cada cien años, y hacen posible lo inmanente, lo que allí está como idea. Marche nuevamente entonces el plan estocada final: bloqueo, sanciones, robos lizos y llanos, errores propios, y que cunda el hambre y bajen los cerros. Pero otra vez toda América debe darle la espalda, ni una soga, ni una mano, cerco completo. Y otra vez, América está bien dispuesta.

Aquí, en la Argentina del voto de la vergüenza, peronismos, alfonsinismos tardíos, neosocialdemócratas, trotskistas para quienes nunca nada es lo que debe ser, y ex izquierdistas encumbrados de academia ahí están, bien dispuestos a tirar el chico con el agua sucia al fondo de la fosa de Las Marianas.

Desconociendo el proceso, las materialidad transformada en quince años de avance, los nadies que comenzaron a ser, la amplitud del movimiento, las disputas internas, la fuerza popular acumulada, los peligros genocidas de una invasión, el sueño comunal, negando el conjunto, igualan Maduro (y sus derivas ciertamente cuestionables, las liberales) a chavismo, Maduro que habla con pajaritos porque lo dicen los que dicen, y ya, muerte al tirano, salvemos la república, y que aquí, tras la montaña, quienes acusan tiren pibes de los puentes.

Alberto gobierna, Cristina es vicepresidenta, ellos son los responsables, ayudados por las derechas de los Solá y los Massa, y las izquierdas bien dispuestas a saltar del barco cuando están por mojarse apenas los pies. De nada sirve esconder los nombres, si solo presionan las derechas de las derechas será el destino.

Alberto le dijo a Lula en una charla trasmitida por presidencia que hoy estaba solo, no como Néstor que tenía gobiernos aliados en toda la región.

Es relativo. No hace falta la coincidencia plena para avanzar, y ciertamente no la había entonces entre Argentina y Venezuela, con horizontes distintos.

Avanza Alberto hoy con Piñera y Bolsonaro, no lo hace con Maduro o Díaz Canel, ignorados hasta en las filminas de los aciertos pandémicos; y vengan de diestra o siniestra a marcar quiénes son, si así piensan, los peores. Incluso López Obrador no votó esta resolución canallesca, impulsada por lo más rancio que ha conocido Nuestra América desde las dictaduras; México apoyó antes otra resolución en acuerdo con varios países incluida Venezuela, un avance negociado, porque Maduro, crean los incrédulos, pide diálogo y cordura ante el fanatismo irracional que pesa en su contra.

Argentina no lo acompañó. Alberto prefirió Bolsonaros, siquiera un centro progresista; duela a quien le duela, es una elección. Y la espalda de muchas izquierdas se lo permitió.

Venezuela resiste sola, sin una soga de quienes obtuvieron mucho de ella, flotando apenas contra propios y extraños; una vez más: fuerza de adentro… Que la crítica necesaria no nos vuelva en cipayos, que el posibilismo rastrero tampoco.

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