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Medio Oriente :: 01/03/2019

Yemen. ¿Son los huzíes agentes de Irán como dicen las empresas de comunicación?

Mark Aguirre
El movimiento huzí no es un instrumento de nadie, sino un movimiento popular que se defiende, y defiende a Yemen, de una agresión extranjera

En una guerra enormemente desigual y que sin embargo los poderosos ejércitos de Arabia saudí y Emiratos –con el respaldo y ayuda de EEUU– no consiguen ganar. Mark Aguirre, buen conocedor de la realidad yemení, da las claves del porqué de esa resistencia.

I

La guerra de Yemen normalmente se presenta como un conflicto entre Arabia Saudí e Irán por la hegemonía en la región. Mientras la presencia de Arabia Saudí es diáfana –líderes de una coalición de fuerzas militares externas e internas–, la presencia de los iraníes en la guerra es un misterio. La falta de pruebas materiales –no se ha detectado la presencia de soldados iraníes ni que Irán haya suministrado armas– se sustituye poniendo en las noticias una coletilla vinculando a los huzíes con Irán cuando se les nombra[1]. Además acostumbran a presentar a los huzíes como un movimiento hermético y oscuro. En vez de ser un sujeto de la resistencia popular se les presenta como un objeto de intereses geopolíticos ajenos a los intereses del pueblo yemení[2].

La verdad, como verá el lector, es otra. Se puede estar de acuerdo con ellos o no, pero los huzíes, por su origen y trayectoria, son un movimiento genuinamente yemení que hunde sus raíces en la historia del Yemen. Su éxito constituye uno de esos acontecimientos que ocurren raramente en la historia de un país. Un grupo político pequeño y minoritario, con una ideología aparentemente atrasada, circunscrito a una pequeña área de una provincia marginada, logra construir en un breve espacio de tiempo un movimiento capaz de tomar el poder y resistir exitosamente una agresión militar externa. Un proceso que por su excepcionalidad confunde a muchos analistas políticos que no pueden entender cómo un movimiento minoritario nacido de campesinos tribales empobrecidos y atrasados sea capaz de tomar el poder y mantenerlo en nombre de la nación frente a la agresión de un ejército extranjero equipado con armamento sofisticado y ayudado por la mayor potencia militar mundial.

II

Las montañas de Maran están en la provincia de Saada, al noroeste del Yemen, en la frontera con Arabia Saudí. Es un territorio de difícil acceso al que se llega por caminos de tierra subiendo y bajando laderas. Las pendientes de estas montañas son tan inclinadas y pedregosas que es imposible construir terrazas para cultivar como hacen en otras partes del Yemen. Los campesinos, la mayoría miembros de la tribu Jaulan, diferente a otra más poderosa en las cercanías de Sanaa del mismo nombre, tienen que conformarse con cultivar en valles angostos. La productividad es tan limitada que el ingreso antes de que se iniciara la guerra no llegaba a un dólar al día por habitante. Lo compensaban con el contrabando de qat de Yemen a Arabia Saudí y harina de Arabia Saudí a Yemen. Los centros de salud, en caso de haberlos, carecían de doctores o medicinas. Las condiciones ambientales son tan difíciles que los años en que no llueve lo suficiente necesitan ayuda para sobrevivir[3].

l gobierno de Saleh (1978-2011) en vez de ayudarles los abandonó a su suerte. Les pasaba factura por su apoyo al Imam, el Rey yemení, durante la guerra civil (1962-1970) que siguió a la revolución nacionalista y republicana de los coroneles. Estos campesinos tribales buscaron la ayuda que no encontraron en el Presidente Saleh en la familia de Badr al-Din al-Huzi (1926-2010), un teólogo zaydí que vivía modestamente a pesar de pertenecer a una familia de sayyids[4]. Badr al-Din había llegado de la provincia de Amran y ayudaba a los campesinos tribales que lo necesitaban. Daba consejos, los asesoraba y protegía, y entregaba ayuda económica cuando se requería. Los al-Huzi acabaron tan respetados que ganaron el apoyo de los jeques tribales de Jaulan convirtiendo a las montañas negras de Maran en el epicentro de la resistencia al régimen de Saleh y dando nombre al movimiento[5].

Badr al-Din al-Huzi se había exiliado en Irán después de la revolución de 1962. La revolución había acabado con el imamnato que gobernaba el norte del Yemen desde hacía siglos, acabando con el zaydismo como fuente legitimadora del poder político. El zaydismo defendía el derecho de los sayyids a gobernar. El zaydismo fue introducido en Yemen por Yahya ibn Husayn ibn Qasim al-Rassi, un descendiente del Profeta de Medina, que llegó a Saada en el siglo IX para resolver una disputa tribal y acabó convirtiéndose en Imam. Está considerada una secta shiita no ortodoxa, algunos incluso la consideran la quinta escuela suní por su moderación[6]. En Yemen es normal ver rezar juntos a zaydíes y sunís; la mayoría de estos últimos, mayoritarios en el sur del país, están adscritos a otra escuela moderada de la ley islámica, la escuela shafií, diferente de la de los fundamentalistas salafistas. El Islam en Yemen está adscrito a escuelas moderadas e inclusivas.

En el norte de Yemen las tribus no son entidades políticas y los jeques en consecuencia no son necesariamente líderes políticos. Los jeques suelen ser autoridades que resuelven las disputas que surgen dentro de la tribu entre sus miembros o entre sus miembros y hombres tribales de otras tribus. Esto facilitaba que fueran sayyids, no jeques, quienes gobernasen. Las disputas que nacían entre ambos se resolvían a través de bodas entre las familias. Es por eso que la revolución de 1962 fue interpretada en estas montañas de Saada como un llamamiento a la igualdad frente a los privilegios de los sayyids. Al final los sayyids tuvieron que ceder frente a los jeques tribales que reclamaban más poder; aunque las bodas siguieron como instrumento de mediación y compromiso.

El vacío de poder creado por la revolución fue llenado por el nuevo régimen cooptando jeques no ligados directamente a la familia del Imam. Pero se olvidaron de la gente ordinaria. Llegaba dinero a los jeques, pero a los hombres tribales –la mayoría propietarios de la tierra que cultivaban– con derecho a llevar armas se les ignoraba. El rentismo agrario existe más al sur, donde la propiedad esta más concentrada y pertenece a jeques locales y sayyids del norte, pero es raro en Saada. Muchos de los jeques fueron cooptados con dinero saudí a través del más poderoso jeque de Yemen, Abdullah al-Ahmar, líder de la confederación tribal Hasid, un aliado de Ryad y del Presidente Saleh. El jeque al-Ahmar logró preservar sus privilegios tribales dentro del nuevo régimen pactando con Saleh a cambio de apoyarle. Los hombres tribales de Saada, abandonados, empezaron a ver en el Presidente Saleh a un usurpador y al nuevo régimen como ilegítimo. El abandono económico y social que sufrían lo asociaron con la corrupción y el nepotismo del régimen. Este descontento social latente nutría al movimiento huzí, que empezaba a gestarse en las montañas de Maran.

Mucha de la importancia que Badr al-Din ha acabado teniendo se debe a su resistencia al ostracismo y aislamiento al que el nuevo régimen revolucionario estaba sometiendo a los teólogos zaydíes. La República los veía como enemigos por defender el derecho de los sayyids a gobernar. Una actitud que contrastaba con la ayuda que recibían los clérigos wahabistas que llegaban desde Arabia Saudí. El jeque Abdullah al-Ahmar, además de liderar la confederación tribal más poderosa, presidía el Islah, un partido sunita en el que coexistían hermanos musulmanes y wahabistas. Los zaydíes sintieron su marginación política sobre todo a partir de los años ochenta del siglo pasado, cuando el nacionalismo árabe laico empezaba a ser sustituido por el islam político sunita como ideología dominante. El salafismo, una de sus corrientes mas conservadoras, cuyo centro más radical está en Arabia Saudí –allí se conoce como wahabismo–, repleto de dinero por el petróleo, estaba en condiciones de cooptar jeques tribales penetrando de la misma manera que lo hicieron las sectas protestantes en Centroamérica, destrozando las comunidades. Los zaydíes respondieron generando en el norte del Yemen un movimiento de resistencia.

Uno de los hijos de Badr al-Din, Hussein al-Huzi, que estudió teología como su padre, pero en Sudán, creó una organización de resistencia La Asamblea de la Juventud Creyente a principios de la década de los 90 que aglutinó a familiares, amigos, jeques, estudiantes religiosos, la mayoría de la tribu Jaulan. Él mismo fue parlamentario en Sanaa representando a al-Haqq, un pequeño partido zaydí. El nuevo zaydismo que nacía redefinió los viejos principios políticos del zaydismo adaptándolos a la nueva realidad social. Desligó al movimiento que nacía del viejo dogma zaydí según el cual el poder debe estar en manos de los sayyids y reconoció la República como un poder legítimo. Este planteamiento facilitaba los acuerdos con jeques tribales que desconfiaban de los sayyids.

Al-Huzi, un consumado orador, introdujo en el movimiento elementos de justicia social que su familia venía practicando en las montañas de Maran desde hacía años a través de la caridad. Un comportamiento muy apreciado en la cultura yemení y una de las obligaciones de un buen musulmán. El nuevo discurso zaydí permitía articular la marginación de la comunidad zaydí con la negligencia del régimen de Saleh hacia la región. Comenzaba a vertebrarse un movimiento que abría un horizonte de mejora social a los marginados por el régimen de Saleh. A inicios del siglo XXI un movimiento de resistencia había emergido en las montañas negras de Maran.

III

En la primavera del año 2004 la rebelión estalla. La espoleta fue la agresividad de los EEUU hacia Yemen. La invasión de los EEUU en Iraq había radicalizado las calles árabes. En Saada y Amran los predicadores zaydíes, no solo los del movimiento huzí, estaban denunciando en las mezquitas la ocupación llamando a movilizaciones –prohibidas por el gobierno– contra Israel y EEUU. En este contexto una visita del embajador de EEUU Edmund Hull a la Gran Mezquita de Sadaa fue rechazada por los presentes a pedradas. La embajada de EEUU pidió al Presidente Saleh que arrestase a Hussein al-Huzi, a quien responsabilizaba de las protestas. Los soldados mandados por Saleh no pudieron cumplir su misión. Siete oficiales murieron en una emboscada y en la confusión Hussein pudo esconderse en las montañas de Maran. Protegido por la tribu Jaulan la guerra duró tres meses hasta que fue localizado y asesinado. A pesar de la derrota los huzíes, con su resistencia, empezaban a convertirse en portavoces de la dignidad nacional enfangada por el Presidente Saleh al someterse a los intereses de los EEUU e Israel[7].

La guerra sería la primera de seis guerras consecutivas que se prolongan hasta la llegada de la ola de la revolución árabe a las calles de Sanaa en el año 2011. Son guerras que duran meses pero que rebrotan con fuerza de las brasas dejadas por la anterior. Las seis guerras van expandiendo el control del movimiento huzí en el norte. En el año 2004, cuando la primera guerra empieza, los huzíes solo cuentan con el apoyo de los jeques de la tribu Jaulan, los campesino tribales de las montañas de Maran y un grupo de amigos y predicadores del zaydismo agrupados por Hussein al-Huzi. Siete años después, en 2011, son capaces de ocupar la ciudad de Saada y controlar toda la provincia ¿Cómo fue posible?

La lógica de la guerra fue creando su propia dinámica ayudando a extender la rebelión de los huzíes. El uso de excesiva y desproporcionada fuerza militar contra la rebelión rompía el código tribal, enfureciendo a sus miembros. Más de 800 personas murieron solo en el primer conflicto. El Presidente Saleh llegó a bombardear mercados con aviones. Los huzíes se fueron ganando el apoyo de jeques tribales de otras tribus de Sadaa fuera de las montañas de Maran. Saleh contó además con la ayuda de mercenarios de la confederación Hasid mandados por el jeque Abdullah al-Ahmar. La mayoría de las tribus de la provincia de Saada pertenecen a la confederación Bakil. Los viejos conflictos renacieron. Las tribus del norte empezaron a involucrarse en el conflicto poniéndose del lado de los huzíes que resistían la agresión de los hasides[8].

Por su parte los jóvenes creyentes empezaron a controlar escuelas y mezquitas fuera de las montañas de Maran, ampliando su influencia en la provincia. Los salafistas estaban en retroceso. La muerte de Hussein al-Huzi fue vista por muchos zaydíes, hasta entonces no huzíes, como un martirio –esta figura es muy respetada dentro del sihiísmo– alistándose para la guerra. La segunda guerra fue liderada por Badr al-Din al-Huzi hasta su muerte por causas naturales a sus 80 años. La guerra de Saada empezaba a sentirse en Sanaa, donde el zaydismo es mayoritario. En las siguientes guerras, lideradas ya por Abdul Malik al-Huzi, otro hijo de Badr al-Din al-Huzi, más zaydíes, más jeques y más hombres tribales de otras zonas de Saada y de fuera de la provincia se sumaron al movimiento. Muchos de ellos para vengar la muerte indiscriminada de sus allegados a manos del ejército o los hasid; otros, marginados por el desarrollo, encontraron en la rebelión una oportunidad para reclamar sus derechos; otros se sumaron porque desde el gobierno Saleh estaba autorizando los ataques de drones de los EEUU, “había caído en manos de los americanos”.

Lo que empezó como una guerra de resistencia ideológica a las políticas entreguistas de Saleh se fue transformando en un conflicto donde renacían los agravios del pasado no resueltos. Para agosto del 2009 los huzíes eran tan fuertes militarmente que Saleh había evitado la derrota gracias a la intervención de los aviones de guerra saudíes. En 2011, cuando la revolución árabe estalla en las calles de Sanaa, los huzíes llevan siete años en guerra contra el régimen. Saleh está tan debilitado que en marzo de ese año toman la ciudad de Saada. Los huzíes controlan toda la provincia de Saada , el norte de Amran y el oeste de al-Yauf. Tres años después controlarán todo el norte, incluida Sanaa, la capital de Yemen.

IV

Durante estos años los huzíes no se habían limitado a una efectiva actividad de guerra[9]. También expandieron su movimiento mediante su activismo político a nivel nacional favorecidos por la fiebre política que desató entre los jóvenes el capítulo en Yemen de la primavera árabe.

Hussein al-Huzi en los primeros pasos del movimiento había definido sus lineamientos políticos. La igualdad de grupos y sectas. El final de la corrupción y el nepotismo. La instauración de una II República. En el proceso de transición proponía la instauración de un gobierno de tecnócratas que buscase la inclusión nacional. Estos puntos permitieron a los huzíes formar un bloque con los jóvenes de Sanaa que reclamaban reivindicaciones similares en las calles de la capital y con el movimiento del sur que, como las tribus del norte, se quejaban del abandono por parte del régimen de Saleh.

La Conferencia Nacional para el Diálogo que siguió a la Primavera Árabe en vez de ser el motor de un cambio se convirtió en un instrumento del viejo régimen para que todo siguiera igual, pero sin Saleh. El jeque Abdullah al-Ahmar había fallecido enfermo de cáncer en 2007. La dimisión de Saleh abrió el camino a Abd Rabbo Mansur Hadi a la Presidencia. Hadi había sido vicepresidente de Saleh durante años. Representaba a los ojos de los jóvenes la continuidad del régimen. Estos se habían manifestado durante semanas y habían visto caer a compañeros sacrificados por algo más que un cambio de fachada. La conferencia, concebida como un medio de buscar la manera de integrar los intereses de diferentes grupos y sectas, se estaba convirtiendo en un instrumento de los intereses del viejo régimen, de Arabia Saudí y de EEUU para asegurar la continuidad de su dominación. Hubo tres intentos de asesinatos de delegados huzíes a la conferencia. Dos de ellos con éxito, los de Abdul Karim Jadbain y Ahemed Sharaf al-Din. También se produjeron ataques con bombas en mezquitas frecuentadas por los zaydíes. La conferencia acabó sin acuerdo. La gota que derramó el vaso fue la propuesta hecha por Hadi de regiones federales. Se estaba discutiendo convertir a Yemen en una República Federal. Saada era separada de al-Yauf y de las costas del Mar Rojo. Era una propuesta claramente hecha para debilitar a los huzíes en la nueva estructura de poder. Los huzíes no aceptaron.

Los huzíes iban a favor de los vientos que soplaban en las calles de Sanaa. Hadi, asesorado por el Fondo Monetario Internacional, en vez de dedicarse a preparar elecciones se dedicó a implementar un plan económico neoliberal. Emprendió una serie de privatizaciones con el objetivo de que Yemen formara parte de la Organización Mundial del Comercio. La pobreza aumentó en una economía ya muy castigada por las guerras y la revolución. El retiro de subvenciones a la gasolina aconsejada por el Banco Mundial produjo una sublevación popular que acabó en enfrentamientos armados en Sanaa. Fue cuando los huzíes decidieron avanzar hacia la capital en contra del consejo de Irán, mostrando su independencia. Fue un paseo relativamente fácil porque Abdul Malik al-Huzi había pactado de manera secreta con Saleh cuando este había sido sacado del poder en el año 2011. Saleh, conocido por su ambición y pragmatismo, estaba posiblemente pensando la manera en como él o su hijo podían regresar al poder y vio en los huzíes a compañeros de viaje[10]. Las fuerzas de seguridad centrales y la guardia republicana, ambas todavía controladas por Saleh, no hicieron nada por evitar el avance de los huzíes hacia Sanaa. El domingo 21 de septiembre del 2014 entran en la capital después de haber derrotado a la brigada del general Al-Ahmar cerca de Jamir. Cambiando la relación de poder, los huzíes se habían convertido en el grupo más poderoso en Yemen. En marzo del 2015 los saudíes empezaron a bombardear Sanaa.

V

La historia de los huzíes, como hemos visto, es la de un movimiento social nacido desde abajo, que se nutre de referencias simbólicas religiosas identitarias para resistir el abandono económico y la marginación política a los que les ha sometido un régimen político corrupto y despótico. Lo extraordinario es que estos campesinos tribales, sumando primero a otras fuerzas tribales y después a la gente ordinaria de las ciudades empobrecida por el neoliberalismo, hayan sido capaces de tomar el poder y mantenerlo firmemente después en una guerra brutal de agresión externa. Es sin duda alguna el carácter nacional y popular de un movimiento de resistencia lo que explica que los huzíes sigan contando con el apoyo mayoritario de la población a pesar de padecer la mayor crisis humanitaria moderna fabricada como estrategia de guerra por los saudíes.[11] Apoyo que no se podría explicar si operasen en nombre de Irán.

Periodistas que han tenido la oportunidad de visitar Yemen recientemente hablan en sus crónicas de cómo la gente ordinaria sufre y resiste la guerra.[12] Los milicianos que combaten con los huzíes son funcionarios, campesinos, maestros… gente normal que resiste la ocupación. Hablan de donaciones populares para financiar la resistencia. Los que han llegado hasta Saada, el epicentro del movimiento de resistencia, informan de un territorio devastado. Saada ha sufrido más de 18.000 ataques aéreos desde que empezó la guerra. En la ciudad todos los edificios gubernamentales han sido destruidos. “No quedan edificios que bombardear” escriben. El sufrimiento es enorme. Llegaron a asesinar a 40 niños en un viaje escolar. Estos periodistas cuentan que las bombas en vez de debilitar a los huzíes los está haciendo más fuertes. Los yemeníes, estén de acuerdo políticamente o no con ellos, los siguen viendo como un movimiento nacional que defiende al país de una agresión externa.

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Notas:

[1] Los artículos de las empresas de comunicación siempre que nombran a los huzíes ponen a continuación “respaldados por Irán”, algo que hacen muy raramente con otros movimientos políticos. Esta permanente y fabricada asociación entre los huzíes e Irán tuvo uno de sus corolarios en febrero de 2018, cuando Gran Bretaña presentó en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas una resolución que acusaba a Irán de suministrar armas a Yemen y al movimiento popular yemení Ansarolá (huzíes). La resolución no fue aprobada por falta de evidencias.

[2] Este artículo no quiere negar que la geopolítica juega un rol importante en la guerra de Yemen. El gobierno de facto huzí, como cualquier otro, puede ser amigo o enemigo de otros gobiernos. Una práctica que ocurre con todos los demás gobiernos de la región. Los huzíes no son diferentes. Es obvio que no representan una amenaza contra nadie. Lo único que aspiran es a defenderse de una agresión externa para mantener su soberanía nacional.

[3] Antes de que estallara el conflicto entre los huzíes y el Presidente Saleh tuve la oportunidad de visitar Sagien y Haydan y ser testigo de la pobreza, el abandono de sus centros de salud, y las difíciles condiciones ambientales que enfrentan estos campesinos tribales

[4] Los sayyds (el plural de sayyd en árabe es Sada) son los descendientes del linaje del Profeta Mohammed, de su hija Fátima y de su yerno y primo Alí bin Abu Talib. Según el shiismo estos tienen el derecho a gobernar.

[5] Los huzíes también son conocidos como Ansarollah, los guerrilleros de Dios.

[6] El zaydismo o shafismo fue establecido en Gaza por Muhammad ibn Idris al-Safí, un Imam nacido en Gaza en el año 767 perteneciente a la familia de los Quraysh, quien creó una escuela propia. Esta escisión del shiismo considera, a diferencia del shiismo ortodoxo, a Zayd ben Alí al-Husayni el quinto Imam legítimo sucesor del Profeta Mohammed.

[7] Los huzíes venían movilizándose desde el año 2000 contra la presencia de agentes de EEUU en suelo de Yemen. El Presidente Saleh había permitido que el FBI instalara una oficina en Yemen para investigar el ataque en Adén al navío de la armada de EEUU Cole. El movimiento ganó fuerza tras la llegada de más agentes, esta vez de la CIA y el Pentágono después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York. Los ataques con drones que fueron autorizados por el Presidente Saleh contra militantes de al-Qaeda jugaron a favor de los huzíes, ayudando a su expansión fuera de las montañas de Maran. Su grito de guerra “Dios es grande, muerte a América, muerte a Israel, maldición sobre los judíos y victoria del Islam” empezaba a escucharse en otras partes de Saada, en Amran y al-Yauf.

[8] Las tribus de Saada suelen estar adscritas a la confederación tribal Bakil. Menos centralizada y disciplinada que la Hasid, los bakiles son más numerosos pero más anárquicos. El Presidente Saleh pertenecía a la tribu Shaman, adherida a los Hasid. Estas tribus están bien armadas, algunas de ellas cuentan hasta con tanques y misiles. Cerca de la ciudad de Saada está uno de los mercados mas importantes de armas del Cuerno de África.

[9] Años de guerra los han convertido en combatientes sabios y endurecidos. Pocos grupos armados saben moverse como ellos. Su maestría en tácticas de movimientos militares de pequeños grupos hace difícil al enemigo derrotarlos sobre el terreno Esa es la razón de porqué Arabia Saudí y Emiratos tienen que recurrir a su poderosa aviación, que los huzíes intentan contrarrestar con misiles y drones. Los huzíes han construido quizá el ejército más preparado del Sur de Arabia, como han demostrado en estos cuatro años de guerra en los que han resistido a un ejército con una abrumadora superioridad aérea y equipado con armas modernas y sofisticadas.

[10] Fue este juego de negociaciones secretas con actores opuestos lo que desencadenó su fin el 4 de diciembre del 2017. Saleh había negociado con los ingleses y saudíes el fin de la guerra a espaldas de los huzíes. No sabemos lo que habían acordado. Los huzíes, cuando se enteraron, fueron a detenerlo por traidor. Hay diferentes narraciones de cómo murió, pero es muy probable que cayera resistiendo su arresto.

[11] Hay recopilada una enorme evidencia de los constantes ataques a la población civil como objetivo estratégico de guerra, algo prohibido por las leyes humanitarias internacionales. Los saudíes han destruido fábricas, depuradoras, carreteras, aeropuertos… Han bombardeado bodas, funerales, mercados… Según recientes estadísticas al menos 60 mil personas habrían muerto como consecuencia de ataques militares desde que comenzó el conflicto en marzo de 2015. UNICEF y Save the Children han dicho que ya han muerto al menos 85 mil niños a causa del hambre que ha provocado la guerra. Una reciente encuesta de Naciones Unidas ha encontrado que 16 millones de yemeníes viven con escasez de comida, de ellos cinco millones pasan hambre y 63.500 están literalmente muriendo de hambre

[12] Ver los artículos publicados en octubre pasado por Declan Walsh y Tyler Hicks en el diario The New York Times.

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