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Asturies :: 24/10/2012

Atiende Asturies, atiende, ahora que el barco se hunde

Carlos X. Blanco
Mi nacionalismo no es el de los canallas que gritan: "¡Ahora es el momento!"

A los asturianos se nos da muy bien eso de vivir en el pasado. Aunque en España llevan siglos robándonos el Pasado, todos los asturianos llevamos en los genes y en la enseñanza informal de nuestros mayores, una evidencia: “fuimos un Reino, fuimos nación, somos país”. Pero nos aferramos estúpidamente a un pasado que, más allá del slogan transmitido, invocamos a ciegas, pero es un pasado que en realidad desconocemos y nunca reactivamos políticamente. No se trata de resucitar a un don Pelayo que nos rescate de las huestes moras. Yo, particularmente, a ese don Pelayo no lo veo ya entre nosotros. Se trata de otra cosa: diseñar una estrategia de futuro para una comunidad humana, la de los asturianos, progresivamente aparcada y marginada del curso de la Historia, un País fuera de los designios de una España a la deriva, de un Reino en picado.

Dentro del hundimiento general de España ha de constatarse el hundimiento y liquidación del Estado de las Autonomías y con ello la emergencia de dos hazañas inéditas en el postfranquismo: la apoteosis del estado central y unitario, es decir, el triunfo de Rosa Diez y de las tesis joseantonianas que la animan…pero también la apoteosis del centralismo vasco y catalán y sus tesis etnocéntricas de “nosotros primero, y después el resto”.

España es, para los “soberanistas” vascos y catalanes, esa cloaca inmoral, corrupta, fallida en lo económico tanto como en lo nacional. Y yo comparto a mi manera ese diagnóstico, un diagnóstico el mío que se puede rastrear en hemerotecas digitales desde hace diez años. Pero quienes denuncian, nacionalistas de la periferia ¿están libres de pecado para arrojar la primera piedra? ¿No forman parte ellos –los Mas y los Urkullus- del “sistema”, digamos, del tinglado español, esos mismos que amagan con separarse al tiempo que ponen la mano en Madrid para obtener nuevas dádivas, privilegios y ventajas? El sistema autonómico nació para darles satisfacción, y falló.

Pero el sistema autonómico debería haber servido también para la redención de otros territorios que (a) también son nación o (b) que llevan siglos viviendo en comunidades más amplias que las que se supone conforman una raza o una lengua.

Caso (a): ¿No son “naciones históricas” Asturies, Castilla, Aragón… pongamos por caso? ¿Es que un nuevo centralismo barcelonés o euskaldún pretende hacernos pasar a todos por tontos? Caso (b): ¿No son nacionalidades la valenciana, remisa al centralismo barcelonés, o la Navarra, acaso poco dada a ser fagocitada por una Euskalherria mítica (desiderativa, pero no histórica) y unificada en el futuro?

El café para todos debería haber tenido su lado bueno, una redención de todos los territorios y nacionalidades. Pero a la postre nos trajo tres centralismos: Madrid, Barcelona, Vitoria. Los demás somos “el resto”.

En Asturies, el nacionalismo asturiano prácticamente, ha fallecido. El descontrol ideológico de gran parte de sus miembros, escasos en efectivos tanto como en medios e ideas, es palpable, rayano en lo ridículo. Vergonzantes ante las tradiciones decimonónicas (comunismo, liberalismo, anarquismo) y escasamente imbricados en las del siglo XX (ecologismo, identitarismo, etc.) este movimiento no hace más que imitar las consignas vasquistas y catalanistas, copiando incluso los términos: “soberanismo”, “fuerzas de ocupación”, “autodeterminación”… Cuanto sé de mi país me permite asegurar que ese discurso suena a alucinación y borrachera verbal a la gran mayoría social. Mayoría, es cierto, envejecida, acomodaticia, con grandes sentimientos de asturianía y de rechazo hacia los aspectos más “cañi” de la españolidad, pero no enfrentada a esa españolidad misma. Proliferan en el país asturiano “plataformas” unipersonales contra la represión, o por los derechos lingüísticos y nacionales, sí, este tipo de montajes de monologuista proliferan, y sin embargo nunca se detecta el nacionalismo en la calle ni en actividad social alguna. Toda la verborrea supuestamente radical se aloja en Internet, principalmente, en un mundo infantil y virtual.

También es un error de bulto, que lo pagarán generaciones enteras, el reduccionismo lingüístico. La nación se afirma sobre diversos pilares y la lengua propia no es más que uno de ellos. El romanticismo lingüístico aterrizó en una Vizcaya de curas cavernícolas y en una Barcelona de burgueses elitistas, de explotadores voraces, negreros de toda estirpe de “charnegos”. Solamente el curso de la Historia explica que una lengua propia y una identidad nacional se pongan del lado de la reacción o del lado de una mayor justicia social. Todo esto en Asturies está por ver: contamos con el factum, contamos con una lengua propia, el asturiano y, en occidente, la lengua eonaviega, además del castellano. Pero la seguimos escondiendo y seguimos dejando su reivindicación –a menudo- en manos de sectores radicaloides, altermundistas, poco conectados con la sociedad, sectores que más bien se apuntan a esta extravagancia como a cualquier otra que suene, en un momento dado, a “marginalidad”.

La irrupción de “los otros nacionalismos”, entre ellos el mío, el asturiano, podría servir para romper los esquemas a los centralismos que se meriendan España: el madrileño, el vasco y el catalán. ¿Por qué no despertamos los demás? ¿Por qué no hacemos una “rebelión leal” desde las periferias? Hay muchos intereses que se conjuran para la muerte de las demás nacionalidades ibéricas. Muchos. Sobra romanticismo y “sentimiento de pérdida”. Todo el día añorando un pasado más o menos idealizado, todo el día haciéndose la víctima de una “españolización” es un discurso que no nos conduce a nada. Hace falta arribar a una visión integral del Estado, hace falta una verdadera solidaridad entre pueblos, menos “soberanismo” y más solidaridad entre nacionalidades y territorios. Hace falta inyectar a todo regionalismo y a todo sentimiento identitario la necesaria dosis de crítica social y de renovación moral en este Estado fallido, claudicante, ridículo. El barco “España” se hunde y es de canallas marcharse en pleno naufragio dejando a tus compañeros en la estacada, o empujándolos a lo más hondo del océano. Mi nacionalismo no es el de los canallas que gritan: “¡Ahora es el momento!”. No, mi nacionalismo es buscador de alianzas. Por ejemplo, para los asturianos se hace preciso una poderosa alianza del Noroeste: cántabros, leoneses y gallegos están llamados a ella. Un Noroeste que se muere demográficamente y que se deja pudrir en el rincón de una España Mediterránea para la que ese Noroeste no existe. ¿Lo entenderán algún día los agitadores de consignas tales como “¡independencia y socialismu”? Yo creo que no lo van a entender en los próximos siglos.

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