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Argentina, Pensamiento :: 28/05/2018

Argentina: A propósito del 25 de mayo de 1810 (II)

Guillermo Cieza
La nación ha sido, durante décadas, un gran malentendido de nuestra militancia popular

“El rechazo de lo nacional también suele ser una disposición que caracteriza a sectores-igualmente extensos- de militantes , en general jóvenes vinculados a la una nueva izquierda o izquierda autónoma, dizque heterodoxa, mas o menos cercana a organizaciones y movimientos sociales. En este caso, el rechazo de lo nacional suele reflejar, no solo la impronta de viejas tradiciones, aún no erradicadas, sino tambien el impacto de la experiencia neoliberal y el discurso posmoderno, el economicismo, el corporativismo, la falta de referentes históricos, el culto de la técnica, la reivindicación de una condición desterritoralizada, y de los reductos intersubjetivos en miniatura, la centralidad otorgada a las luchas por la diferencia, y el desprecio por la política como síntesis general de toda la actividad social, la ausencia de un proyecto de poder,( y lo que es peor, la nula o escasa preocupación por tenerlo) y cierta orfandad, producto del desarraigo y del repudio de las tradiciones culturales nacionales. Me animaría a sugerir que el rechazo de lo popular, de la escasa preocupación de proponer construir un socialismo en clave popular, en dialogo con la cultura de nuestro pueblo, se corresponde con problemas parecidos.
Extraido de 'Poder Popular y Nacion', Miguel Mazzeo. Coedición de Editorial El Colectivo, www.editorialelcolectivo.org y Ediciones Herramienta, www.herramienta.com.ar

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Prólogo de "Poder Popular y Nacion"

Invocar a la nación y a la cuestión nacional en espacios de la militancia popular promueve reacciones dispares, pero nunca indiferencia. Para algunos, esta invocación remite a cuestiones ajenas a la agenda de la izquierda y certifica una vocación por la conciliación de clases y la adhesión al populismo. En otros, genera un raro fervor que oscurece elementos básicos del análisis político, como la vigencia de la lucha de clases.

La nación ha sido, durante décadas, un gran malentendido de nuestra militancia popular y el trabajo de Miguel Mazzeo aporta a desnudarlo, no por vocación docente, sino por cuestiones de oportunidad política. Ese malentendido se ha convertido en uno de los grandes nudos (me atrevería a decir: el principal) que entorpecen y limitan las posibilidades de incidencia política y las perspectivas de intervención revolucionaria.

Mazzeo desbroza este debate buscando el origen de esta incomprensión en las fuentes originales de nuestra izquierda, cometiendo la herejía de atribuir la confusión, entre otras cosas, a una percepción insuficiente del problema por parte de los clásicos, y no tanto a una lectura insuficiente de los clásicos.

Con la misma decisión arremete contra el relato del revisionismo histórico, desnudando su inconsistencia. Y encuentra en aquellos equívocos originales la matriz de justificaciones presentes que permiten adherir “por izquierda” al proyecto kirchnerista.

Al tratar de presentar el problema de la cuestión nacional y el de la lucha de clases se aparta de quienes “escinden la clase y la lucha de clases de la nación” y de que quienes “escinden la nación de la clase y de la lucha de clases”. Dice que la clase es ”un enjambre de luchas, oposiciones, rebeldías, sueños, experimentos, y también un pasado que se va actualizando permanentemente”, coincidiendo con Ana C. Dinerstein en que “la lucha de clases es una lucha sobre las formas políticas, sociales, económicas, culturales, identitarias y organizacionales en y contra el capital como relación social fundamental”; para concluir que “ni la clase ni la nación tienen entidad por fuera de la relación y por fuera del proceso histórico que las determina. La clase es en la nación y la nación emerge de la lucha de clases”. Si esto es correcto, reducir la nación a su versión capitalista sería certificar el fin de la historia.

Seguir creyendo en la continuidad de la historia y de la lucha de clases reafirma la posibilidad de una nación diseñada por el pueblo trabajador y la ubica en un lugar de disputa y apropiación.

La mirada de Mazzeo no queda limitada a cuestiones arqueológicas o semánticas. Se anima a proponer conclusiones y vinculaciones. Afirmando que “el poder burgués no se asienta solamente en el campo de la infraestructura” y que “el poder popular tampoco”, Mazzeo advierte:

La disputa hegemónica contiene necesariamente una disputa por el significado de la nación y la patria. Si se abandona irresponsablemente este plano, si la fuerza política, organizativa, institucional alternativa no se combina con el desarrollo de un poder cultural y simbólico capaz de obtener un liderazgo nacional (la nación como proyecto político remite también a un hecho cultural), directamente se anula todo horizonte hegemónico, toda capacidad contrahegemónica.

No debería sorprendernos entonces la escasa vocación de poder de la vieja izquierda (y una buena parte de la nueva). Ni tampoco que esas limitaciones hayan dejado vacíos que facilitaron el resurgimiento de viejos relatos que parecían condenados al cementerio de la historia.

El autor puede advertir, también, que la vocación de defender el proyecto socialista a partir de experiencias locales o sectoriales que prefiguran la nueva sociedad, como las que en los hechos propusieron el neozapatismo mexicano o el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil en los noventa, parece insuficiente ante las posibilidades abiertas por el nuevo mundo multipolar del siglo XXI, y que se torna imprescindible buscar las formas de proyectar esas experiencias a dimensiones nacionales, como tránsito indispensable hacia propuestas mas abarcadoras. También percibe los riesgos de confundir necesidad con virtud, enamorándonos de la micropolítica, de las redes y de la supuesta pureza campesina, originaria o piquetera.

No menciona este ejemplo el autor, pero creo que –seguramente– lo comparte: las misiones jesuíticas insertadas con cierta autonomía en las administraciones coloniales, aun al precio de renegar de sus antiguos dioses, permitieron el desarrollo de sociedades menos opresoras para los pueblos originarios, salvando muchas vidas, rescatando artesanías y tradiciones culturales, formando algunos dirigentes rebeldes. Pero la historia de la liberación de Nuestra América, aun como proyecto inconcluso, no es la historia de la proyección política de las misiones jesuíticas.

La radicalidad de la generación militante de fines de los noventa, todo el caudal acumulado en experiencia y organización, el poder popular construido desde las bases, prefigurando un socialismo libertario, están frente a la alternativa de trascender, asumiendo una nueva radicalidad que convoca a disputar la nación, o de sacralizarse, convirtiéndose en adorno de políticas ajenas, aportando referencias funcionales a demostrar que el capitalismo también puede contener islas solidarias.

La decisión de afrontar con rigor intelectual los nudos del debate de la militancia popular ha sido una constante en la trayectoria de Mazzeo. Su producción teórica lo ha convertido en una referencia intelectual en muchos países de Nuestra América y, me animaría a decir, es más difundido y leído en Brasil, Venezuela y Perú, que en la Argentina. Lo que no resulta extraño en un país donde los celos intelectuales y políticos suelen ser más potentes que las vocaciones de poder con una orientación revolucionaria.

Al prologar su primer libro, donde nos sugería “volver a Mariategui”, arriesgué que Miguel era un perro verde. Un ejemplar raro de intelectual, que seguramente habría de dejar una huella trascendente. Dieciséis años después compruebo con satisfacción que, si bien suelo errar en mis pronósticos, esta vez no me equivoqué.

Febrero de 2011
La Haine

 

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