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EE.UU. :: 08/11/2007

EE.UU.: Se abrasa la gente

Mike Davis
La migra parece haber rastreado temporalmente el área de su población inmigrante establecida de mucho tiempo atrás, logrando el tipo de limpieza étnica por la que tanto habían bregado los agitadores nativistas

El cartel más descorazonador en California puede encontrarse en Doghouse Junction, cerca de la cumbre del Monte Otay devastado por el fuego. Es una imagen simple, escalofriante, de una familia huyendo desesperadamente de las llamas. Cualquiera que se encuentre con esa imagen comprende al instante su significado: la gente, aquí, se abrasa.

El monte Otay y su hermano extendido a horcajadas de la frontera, el cerro Tecate, ofrecen refugio a árboles, pájaros y mariposas legalmente protegidos, pero la militarización de la frontera y los recientes incendios desatados han arruinado a tal punto el paisaje, que se hace difícil reconocer la intrínseca belleza natural del lugar. Las vistas de San Diego-Tijuana y sus enredados vericuetos sigue siendo soberbia, mas Doghouse Junction parece una base de tiro de la OTAN en el Pamirs: una almohadilla de aterrizaje de helicóptero, ocasionales todoterrenos de la Guardia Nacional y vehículos 4x4, siempre al acecho, de los migra.

La jungla de Otay-Tecate es la puerta trasera de Tijuana a San Diego, ahora que la puerta delantera en San Isidro ha sido cerrada por la operación Gatekeeper de Bill Clinton y la reerección, por parte de la administración Bush, del muro de Berlín. Desde la perspectiva de los inmigrantes, esas montañas podrían parecer una obvia alternativa a los desiertos del condado imperial de Arizona. La tierra prometida de los empleos en la construcción y en las maquilas está a tiro de piedra, y un novato podría fácilmente subestimar el terreno.

De hecho, las opciones reales son sólo dos: el horno o el laberinto. Los migra son normalmente lo bastante insensatos como para bajar por ese traicionero enredizo de cañones y barrancos por los que los coyotes guían a sus clientes. Cual perezosos cazadores deslumbrando ciervos, se limitan a estacionarse en las sendas de los camiones a la espera de que la gente salga de las sombras. Sin ser convocados, a veces se les unen amigos y fans, el Minutemen Project y sus montaraces grupos escindidos, incluido algún que otro solitario portarrifles, siempre al acecho de la frontera.

Montones de inmigrantes han muerto en los últimos años de varias formas, pero la más terrible de todas es por fuego de arma de caza, que lo mismo puede acabar con ellos en unos minutos que dejarles por horas con la muerte al acecho, antes de tropezar retorciéndose en la infernal maleza.

Los montes fronterizos son muy combustibles, y el pasado 21 de octubre, exactamente como predijeron algunos metereólogos, el vendaval de Santa Ana produjo una escalofriante réplica de la enorme conflagración de 2003. Las cámaras de satélite captaron la asombrosa imagen de gigantescas columnas de humo alejándose hacia el Pacífico. Desde el espacio, toda la California meridional parecía estar mandando señales de humo a la luna. Sin embargo, sólo las evacuaciones de celebridades en Malibú y, luego, el éxodo en masa desde los barrios residenciales ricos y abrumadoramente republicanos del norte del condado de San Diego fueron considerados dignos de titulares destacados en la mayoría de los noticiarios.

El incendio de Harris en una zona predominantemente trabajadora, estereotipada durante décadas como los Apalaches de San Diego e infame “vía de entrada de inmigrantes ilegales”, cosechó sólo susurros y rencorosos referencias de final de artículo en los medios de comunicación de la California meridional. Sin embargo, la mayor tragedia humana de la semana tuvo lugar aquí, cuando el fuego rodeó a lo que ha sido descrito como un “campo de inmigrantes” y de “indocumentados cruzando la frontera”. Once personas con graves quemaduras fueron hospitalizadas, y unos pocos días después los agentes descubrieron cuatro cuerpos carbonizados. El incendio de Harris está ahora contenido, pero los restos de otras víctimas podrían todavía descubrirse en la pira funeraria del chaparral.

El fuego se abrió también paso hasta el caserío de Tecate, matando a una persona y obligando a los funcionarios de inmigración a levantar el puesto fronterizo y a dar la alerta roja. Varios centenares de agentes de la Patrulla Fronteriza y de las tropas de la Guardia Nacional fueron enviados a sellar la frontera. De acuerdo con Los Angeles Times, “más de 200 inmigrantes”, algunos “ahuyentados de los barrancos por el humo”, fueron detenidos. La migra parece haber rastreado temporalmente el área de su población inmigrante establecida de mucho tiempo atrás, logrando el tipo de limpieza étnica por la que tanto habían bregado los agitadores nativistas.

Si existiera algo así como un Premio Pulitzer negativo, indudablemente lo ganaría el diario San Diego Union-Tribune, que tituló “Amenaza de saqueo” cuando no se había producido ni una sola detención, para luego dar gasolina a los pirómanos de Internet con un cuento calculadamente inexacto –más tarde rectificado— de mexicanos “saqueando” el Qualcomm Stadium. (El infinitamente más responsable diario en español de Los Ángeles La Opinión dijo que el incidente fue en realidad un malentendido sobre pañales, aunque llevó a varias deportaciones por parte de agentes de inmigración convenientemente disponibles.)

El dolor de las cerca de 1.100 familias que perdieron sus hogares (pero, con dos excepciones, no sus vidas) en los barrios periféricos residenciales no debería eclipsar la más aguda tragedia del incendio de Harris u osbcurecer el pisoteo de los derechos humanos por parte de funcionarios federales y locales. Resulta intolerable pensar que el único monumento a las víctimas de Harris será esa pequeño cartel siniestro en el monte Otay.

The Nation, 1 noviembre 2007. Traducción para sinpermiso.info: Roc F. Nyerro

 

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