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Bolivia :: 29/09/2007

Revolución y contrarrevolución en Bolivia

Marcos Domich
La crónica inestabilidad política de Bolivia y los frecuentes cambios de gobierno, a lo largo de toda su historia, se prestan al análisis de un tema capital como es el relacionado con estas alternacias que se suceden sobre todo en el poder central del Estado.

(PONENCIA AL SEMINARIO “CIVILIZACION O BARBARIE”, SERPA, PORTUGAL. 5-7)

I

Sin embargo, queremos abordar, no esa simple alternacia de personajes y otros actores sociales en el poder, sino el cambio profundo que penetra a todos los resquicios y conmueve íntegramente una sociedad. Se trata del tema de la revolución social.

Precisamente, por la experiencia boliviana, vamos a utilizar el concepto de revolución en sentido estricto. Hasta hace unos años se lo utilizó con una significación muy lata, extendiéndolo a los golpes de Estado, cuartelazos, asonadas, rebeliones, etc. Nos referimos a los cambios que no cambiaban nada, a aquellos a los se refería Fedro: “En un cambio de gobierno el pobre rara vez cambia de otra cosa que del nombre de su amo”. De otra parte hay que aclarar que este no fue un defecto únicamente boliviano, fue muy extendido en Latino América y hasta en otros continentes. Lo que en realidad pasaba era que no siempre se tomó en cuenta que la revolución comprende, al menos, dos fases: una fase política que consiste en la acción revolucionaria que busca el derrocamiento de la clase dominante y que culmina con la instauración del nuevo poder político. Si este se consolida, aún en medio de grandes batallas, comienza la fase de la revolución social propiamente dicha.

En el concepto de revolución social partimos de su determinación como de una transformación cuantitativa referida a toda la vida social y al andamiaje de las estructuras y superestructuras. Mucho tiempo, y por diversas razones, se ha sostenido que la revolución social, sobre todo la proletaria, requiere de dos condiciones: Primero, un alto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. No hay revolución social si las fuerzas productivas son escasas y atrasadas. Segundo, debe haber también un nivel cultural que garantice al conjunto de la sociedad la mínima compresión posible del acaecer social y la necesidad del cambio. La insistencia en la necesidad de estas premisas tenía sobre todo el objetivo de cuestionar a algunos procesos revolucionarios que, una vez desencadenados e incluso triunfantes, transcurrían, según sus críticos, con torpedad y eran, en los hechos, muy distintos de aquel cuadro idílico que se había ofrecido al mundo. La crítica (Kautski) apuntaba, sobre todo, a que la falta de un desarrollo capitalista y de su sistema político, imprimirían a la revolución, que emergería de su propio seno, rasgos inaceptables y ante todo la supuesta falta de democracia.

No encajaron en los requisitos “imprescindibles” las más importantes revoluciones del siglo XX: Empezando por la Revolución de Octubre, realizada en un inmenso país agrario y atrasado donde la población en un 80% era campesina y en igual volumen analfabeta; se trató, por consiguiente, de una revolución socialista o proletaria “atípica”. Por el orden cronológico tenemos: a la Revolución China, a la Revolución Cubana y a la Revolución Vietnamita, todas en mayor o menor medida, padeciendo las insuficiencias de la primera.

Los clásicos nunca limitaron la posibilidad de la revolución en general y de la revolución socialista en particular a las dos condiciones antes mencionadas. Más bien, partieron del hecho de que hay un conjunto intrincado de factores interdependientes internos y externos, objetivos y subjetivos entre los que hay que destacar las formas y la intensidad de la explotación de los trabajadores; la extensión y profundidad de la pobreza; el grado y tipo de las contradicciones entre las clases principales de la sociedad en cuestión; el nivel que ha alcanzado el desarrollo de la conciencia política y la madurez de las disposiciones políticas; el grado y las formas de organización política. Finalmente, no se puede olvidar que además de los factores señalados hay otros más, difíciles de ubicar en el ámbito al que pertenecen: la experiencia y la tradición que ocupan, a nuestro entender, un lugar intermedio entre la ideología y la conciencia común. Hay países y destacamentos de la clase obrera, por ejemplo, en los cuales la tradición y la memoria histórica de las experiencias pasadas, juegan un papel decisivo en la lucha de clases y sobre todo en la demostración del empuje que exhiben en momentos culminantes de la confrontación y ante todo cuando se pone en cuestión al poder.

Otro aspecto que hay que apuntar es que el conjunto de factores es dinámico, está en permanente movimiento. Ese movimiento crea situaciones siempre cambiantes y diversas y no hacen de las regularidades de la revolución momentos invariables e incambiables. Por el contrario, lo que es plenamente explicable e ineludible en una revolución, en un país y en un período histórico determinado, en otros lugares y circunstancias, puede ser hasta nocivo para el proceso en curso.

Si bien todas las condiciones objetivas y subjetivas pueden estar plenamente dadas la revolución no ha producirse si no se plasma una condición: la existencia de una situación revolucionaria. No vamos a desmenuzar lo que encierra esta categoría de la teoría política; nos limitámos a recordar los rasgos que le son inherentes, descritos por Lenin: a) la “crisis en las alturas”, que se refiere a la imposibilidad de que las clases dominantes sigan gobernando como lo habían hecho hasta ese momento; b) una extraordinaria agudización de las necesidades y la pobreza de inmensas masas populares, que no quieren soportar más esa situación y c) un formidable aumento de la actividad combativa de las masas que ganan calles, caminos, declaran huelgas, paros y hasta comienzan a responder a la represión con la violencia revolucionaria.

La frecuencia de los hechos de confrontación - con visos de soluciones radicales, de fondo - da lugar, en Bolivia, a que se pueda recoger la riqueza de los momentos y fenómenos que dibujan a la situación revolucionaria. Algunos autores hablan del “algoritmo” de las situaciones de crisis política y llegada a los umbrales del cambio, sobre todo de los gobiernos centrales. Sin embargo, no se puede atribuir este hecho a la mera mecánica política de un país y un pueblo “levantisco”, siempre inconforme con su situación. En realidad, eso está determinado por causas subyacentes en las profundidades de las estructuras sociales que actúan al modo de un motor inagotable impulsando las fuerzas del cambio.

Las contradicciones, los choques de intereses de clase pueden manifestarse con distintos grados de extensión e intensidad, en un mismo país. De ahí mismo resulta que se puede tomar ejemplos bolivianos que ilustran nítidamente situaciones revolucionarias locales, como la virtual toma de la ciudad de Cochabamba, en lo que se llamó “la guerra del agua” del año 2000. Fue una primera victoria popular contra el neoliberalismo, logrando la expulsión de una transnacional (Suez Liones des Aux). Igualmente se puede hablar con propiedad de un verdadero estado prerrevolucionario por el conjunto de fenómenos de confrontación social, de la lucha reivindicativa de las masas, por grandes movilizaciones callejeras, etc. que se produjeron en febrero del 2003 y que, centradas en La Paz, y a pesar de haber sacudido fuertemente la estabilidad del gobierno de Sánchez de Lozada, no lograron su derrocamiento. Fue una suerte de “ensayo general”.

Lejos de interpretaciones meramente académicas o librescas, estos acontecimientos políticos, son una explicación de lo que significó la maduración de los hechos que culminarían en Octubre del 2003, cuando se producirá el embate final de las masas y Sánchez de Lozada, al fin, fuera derrocado y obligado a huir del país.

Una faceta muy importante, tanto en la teoría como en la práctica de la revolución, es la referida a los métodos de lucha y a las vías de la revolución. Generando innumerables e interminables polémicas, esta cuestión escinde las opiniones partidarias y hasta a veces escinde a los partidos mismos. Caricaturizando las posiciones podríamos decir que ellas se reducen a un par de postulados aparentemente antagónicos: revolución pacífica o cruenta y, más precisamente aún, toma del poder por la vía de las armas o por la vía electoral. La posición de principio en esta materia, desde el Manifiesto Comunista, es que, para nosotros los marxistas no se excluye ninguna vía remarcando que la llegada pacifica al poder sería la más “deseable”. Pero inmediatamente se advierte que, pese a esa disposición del proletariado, es sabido que la burguesía y cualquier clase dominante, conforme lo ha ratificado la historia posterior, jamás cederán sus poderes y sus privilegios, sin acudir a la más fiera y hasta brutal resistencia.

Es visible que la dicotomía arriba planteada en torno a las vías de la revolución es complemente artificial. No hay procesos revolucionarios que no incluyan aspectos o momentos de ambos extremos. Igualmente resulta claro que absolutizar y banderizarse con una u otra idea creará prácticas erróneas y luego erráticas. Lo de errático, que algún momento pudiera indicar sólo la búsqueda de caminos más seguros para el verificativo de la revolución es, en puridad de verdad, la demostración de la inconsistencia teórica y de la inconsecuencia política.

La cuestión de la “vías de la revolución” ha sido el meollo de las polémicas acerca de la toma del poder. De un lado estaban los que acudían al expediente de la lucha armada para resolver las contradicciones y problemas sociales, ipso facto. Se partía de un argumento de premura, en los hechos, del dominio de la impaciencia. Se argüía que había que poner fin, ya, a la pobreza y a la explotación de los trabajadores y que las condiciones objetivas para ello estaban dadas. Obviamente se ignoraban las condiciones locales o regionales y la disposición de las masas o, también a éstas no se las tomaba en cuenta como debía hacérselo. Se sostenía que las “acciones revolucionarias” las incorporarían en una suerte de encandilamiento, por el ejemplo heroico de quienes lanzaban el reto.

La otra posición, diametralmente opuesta a la anterior, partía de la constatación de cierto inmovilismo en las masas, de una voluntad adormecida y hasta timorata que condenaba al fracaso cualquier intento de uso de la fuerza. Concluyen en la exaltación de los métodos democráticos, en el peligro que entraña el uso de métodos de fuerza y en reducir la lucha a la participación en los procesos electorales.

Bolivia tiene una suerte patrimonio muy rico en esta materia. Algún momento han tenido lugar prácticamente todos los métodos de la lucha social, de la lucha de clases. Sin extendernos sobre este particular señalaremos que la experiencia boliviana ratifica algunas constataciones: La primera es que los métodos que no contemplan la participación de las masas no han fructificado en resultados esperados. La segunda constatación es que ningún proceso de cambio social real y a favor de las clases populares, transcurre sin la resistencia – de diverso grado, nivel y métodos -de las clases poseedoras y que sienten amenazados sus privilegios y dominios. La tercera es que en el transcurso del enfrentamiento – que es cotidiano y abarca todos los elementos y fenómenos de la vida en sociedad - las clases sociales se agrupan en bloques. Cada bloque contiene, generalmente, una clase fundamental y es la que de modo permanente estará presente en el período histórico que dure una formación social. Vrg. el proletariado y la burguesía estarán presentes hasta que una clase derrote a la otra históricamente. Otras clases y sectores sociales están presentes en los bloques, pero su presencia no es permanente ni su conducta política es estable. Esta variabilidad es la que determina la correlación de fuerzas en cada episodio de la lucha social. Al mismo tiempo explica el fracaso o el éxito de un proceso.

En el curso de los últimos 50 años, más o menos, en Bolivia, se han producido algunas situaciones de cambio que han involucrado a los máximos poderes del Estado y que han afectado estructuras de la formación social. Nos referiremos a tres de ellos que, a nuestro juicio, merecen la atención del caso para extraer las conclusiones de este tipo de acontecimientos sociales.

El hecho revolucionario más importante del siglo XX fue la Revolución de Abril de 1952 que sus protagonistas gustaban denominar Revolución Nacional. El movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) partido basado principalmente en las capas medias urbanas, pero con cierto arraigo en la clase obrera, sobre todo minera y también en el campesinado, intentó volver al gobierno, mediante golpe de Estado como en 1942, asociado a militares. Sin embargo el golpe, que no logró hacerse del gobierno, abrió el cauce a una insurrección popular que, después de tres días de combates, derrotó a la Junta Militar e impuso en el Palacio Quemado un nuevo gobierno. El triunfo de la insurrección popular no fue un hecho casual. Un año antes la fórmula presidencial del MNR (Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles Zuazo) se impuso en las elecciones generales, desde la oposición y cuando en Bolivia las elecciones tenían voto calificado.

En la oposición, el MNR se había radicalizado y en los hechos tomó el programa de la izquierda que incluía dos medidas fundamentales: la nacionalización de las minas y la reforma agraria. La primera se decretó en octubre y transfirió al Estado boliviano las tres más grandes compañías mineras del país. La reforma agraria fue decretada en agosto del año siguiente y liquidaba, sobre todo el occidente del país, con el latifundio y las relaciones de producción semifeudales. Poco después se decretó una importante reforma política: Se abolió el voto calificado y se implantó el voto universal. Por primera vez los analfabetos podían votar. En 1955 se decretó la reforma educacional que aprobó un avanzado código de la educación. Es importante recordar que el Colegio Militar fue clausurado; muchos jefes y oficiales del viejo ejército dados de baja. Se organizaron las milicias populares y durante unos buenos años éstas fueron el sustento del ejecutivo movimientista. Sin embargo, muy pronto también perdieron su carácter de destacamentos populares para convertirse en agrupaciones de mercenarios al servicio del gobierno del MNR. Se cerró el parlamento y no se realizaron elecciones, sino en 1956. Como era de suponer las ganó el MNR y sin necesidad de acudir al fraude electoral, recurso frecuente en el país para garantizar la reproducción de los regímenes gobernantes.

Una apreciación desapasionada de lo que en realidad fueron los acontecimientos de 1952 y las medidas adoptadas nos dan el cuadro de un proceso revolucionario que, para ser tal, cumple con los “requisitos” del caso. Hubo transformaciones que afectaron a la estructura económica e importantes cambios en la estructura política. Por su carácter la revolución del 52 fue una revolución democrático-burguesa, pero al mismo tiempo, por su base social, es innegable, sobre todo los primeros tiempos, fue una revolución popular. No estuvo en su programa, y mucho menos en su intencionalidad, enfrentarse con el imperialismo, llevar adelante un programa antiimperialista y cuestionar así sea superficialmente al régimen capitalista. Más bien, por su carácter de clase, por sus orígenes ideológicos y hasta por sus declaraciones explicitas, su propósito era desarrollar el capitalismo. En política exterior fue un régimen no sólo dependiente, sino hasta obsecuente con el diktat imperialista.

Se pueden criticar muchas acciones, posiciones, realizaciones y hasta trasgresiones de diverso orden que, en su momento, decepcionaron a quienes esperaban un desarrollo más avanzado y consecuente con el impulso inicial de lo que fue la revolución popular de Abril de 1952. Sin embargo - a partir del carácter de clase del partido y de su dirección y su extracción de clase pequeño burguesa - no se podía esperar que vaya más allá del establecimiento de un régimen democrático burgués y la adopción de algunas medidas de innegable corte avanzado.

A pesar de ello es importante constatar que, sin tratarse de un proceso ni antiimperialista ni anticapitalista, sufrió el embate de las fuerzas de la derecha y todo el conservadurismo. El imperialismo ejerció, sin duda presiones pero el balance a largo plazo muestra que éstas fueron más bien moderadas y que adoptó una estrategia de ablandamiento permanente, hasta castrar el proceso y no dejarlo salir del marco de reformas tolerables. En términos de una estrategia de largo aliento se puede asegurar que el Departamento de Estado y los órganos correspondientes sabían quiénes eran realmente los conductores del proceso y cuáles eran sus límites en materia de reformas.

No hay ninguna estadística ni estudio que hubiera contabilizado el número de conspiraciones y conatos en contra del gobierno del MNR, pero indudablemente fueron numerosos. El repertorio conspirativo incluía todos los elementos habituales en Bolivia. Indudablemente el recurso al que más se acudía era la conspiración que comprometía a militares. Los partidos de la derecha tradicional (liberal, republicano socialista y otros menores) desaparecieron para concentrar la oposición reaccionaria en la Falange Socialista Boliviana (FSB), partido de ideología y estirpe fascista. Muchas de sus manifestaciones políticas llevaban el cuño de los métodos y las prácticas de las organizaciones de este jaez: marchas de “camisas blancas”, desfiles, matonaje y actos de sabotaje. Correspondiendo a las formulaciones de su ideología eran marcadamente anticomunistas, antiobreros y hasta anticampesinos. Esta última actitud tenía un fuerte acento etnicista. Si bien no siempre era explícito, estaba presente en toda circunstancia y denunciaba la influencia del racismo europeo contra los indios.

La principal conclusión, de los procesos contrarrevolucionarios sobre todo enfocada en la resistencia a los cambios que introducía la Revolución de Abril, apunta a que es sobre todo plasmación de la reforma agraria es la que revuelve los ánimos de la derecha a tal punto que la oposición violenta de los terratenientes es una regla. Las nacionalizaciones, la reforma educacional y otras medidas pueden originar críticas, campañas, sabotaje y resistencias diversas, pero no alcanzan a producir confrontaciones violentas, directamente ligadas a ellas. No alcanzan tampoco a organizar una base social visible y explícita, que las sustente. Las acciones de recuperación para el Estado de minas, hidrocarburos y otros suenan, para las agrupaciones y conglomerados conservadores, como distantes y que afectan a intereses radicados fuera de la frontera nacional. En cambio la posesión de la tierra aparece como algo muy ligado a sus detentadores, algo entrañable e irrenunciable; la razón de su existencia. La organización, inclusive armada, para evitar la afectación de sus tierras es una suerte de mandato inexorable.

La Revolución de Abril fue apagándose, tornándose en un hecho histórico importante que contribuyó a modernizar el capitalismo, a desarrollar un modelo de capitalismo de Estado progresista pero que cada vez cedía más espacio a las concepciones puramente burguesas. En 1964, cuando Paz Estenssoro es derrocado por su vicepresidente, el Gral. Barrientos, la Revolución Nacional era un espectro. Esta evolución - de una burguesía política y económicamente nacionalista en 1952 - es un buen ejemplo de las limitaciones burguesas de toda índole para dirigir consecuentemente procesos efectivos y duraderos de cambio social. La burguesía movimientista, vuelta al poder en 1985 y con el mismo hombre de la nacionalización de las minas y la reforma agraria, fue la ejecutora del neoliberalismo campante y rampante tanto en lo económico como social y político. Con Sánchez de Lozada consumó la entrega del país.

II

De septiembre de 1969 a agosto de 1971 se suceden los gobiernos militares presididos por los generales Alfredo Ovando y Juan José Torres. El primero surge de un golpe de Estado incruento. Parecía no traer ninguna novedad y cumplir la sentencia de Fedro, antes mencionda. Pero algo lo distingue de los gobiernos golpistas clásicos. Viene acompañado de un Mandato de Fuerzas Armadas en el que destacaremos tres momentos. Uno está en el preámbulo en el que alude a que el país fue escenario de la lucha guerrillera en cabezada por el Che Guevara en 1967. Obviamente no la aplaude, pero en vez de una condena acre afirma que, por otros caminos, ejecutarían lo que aquella perseguía: “la auténtica Independencia Nacional, hoy en riesgo de zozobrar por el sojuzgamiento extranjero”. También hay que destacar que en el primer gabinete de Ovando se destacan figuras de intelectuales progresistas, entre las que se destaca Marcelo Quiroga Santa Cruz, precisamente en el cargo de Ministro de Energía e Hidrocarburos.

Los otros momentos que queremos destacar se refieren a que, en los 18 puntos programáticos, hay dos que pintan la tendencia ideopolítica del nuevo gobierno que reiterativamente se nombra revolucionario: El primero ordena “recuperar las riquezas naturales enajenadas”. Al mes del ascenso, Ovando decreta la nacionalización de los bienes y reversión al Estado de las áreas concedidas a la transnacional estadounidense Bolivian Gulf Oil Co. El otro momento, en el Mandato, deroga la “ley de seguridad interna” que limitaba la actividad sindical. Adicionalmente, ordena la reposición de los salarios a los mineros, que Barrientos los había disminuido drásticamente.

Aunque es difícil clasificar al gobierno de Ovando como un gobierno precisamente revolucionario es inobjetable que sus realizaciones lo ubican en una posición progresista y con la ejecución de medidas que chocan con los intereses de las transnacionales y, en definitiva, con el imperialismo. En materia de política exterior se caracteriza por una apertura hacia el bloque socialista, estableciendo relaciones diplomáticas con la URSS, hecho que no se dio durante los doce años del mando del MNR. Su gestión lo coloca entre los gobiernos militares progresistas y patriotas y en la apertura de un nuevo proceso político marcado por esa orientación. Justamente, en algunos círculos de la izquierda que se denomina “nacional” se impuso llamar proceso al período encabezado por Ovando. Fue esa orientación la que determinó la reacción primero solapada y luego franca de la derecha tanto civil como militar. Dio lugar a un período turbulento caracterizado sobre todo por la ejecución de una serie de asesinatos y actos terroristas de muy extraña factura y propósito. Las escasas investigaciones de la policía, que no esclarecieron casi nada, acabaron señalando reservadamente a servicios extranjeros como los culpables de algunos de los episodios.

Como el gobierno de Ovando tenía un origen militar y recordaba la actuación de Barrientos, nunca pudo contar con una actitud siquiera tolerante, sobre todo de la juventud universitaria, en ese momento, grandemente radicalizada. Durante el gobierno de Ovando se produjo una revolución universitaria en el marco de su autonomía y también la apertura de un foco guerrillero, el de Ñancahuazu dirigido por el “Chato” Peredo. Grupos fascistas desembozados ocuparon la universidad paceña y aunque el orden fue restablecido por resolución de Ovando, su gobierno se debatía en medio de un oleaje social incontenible. Es este momento cuando se puede fijar la aparición de una técnica extremista de derecha, pensada y difundida por organizaciones fascistas, nazis y reaccionarias de toda índole y por supuesto por los organismos de especializados de los países imperialistas. Nos referimos a la llamada “estrategia de la tensión”. En la experiencia boliviana esta técnica ha servido para derrocar gobiernos progresistas, gobiernos de izquierda y hasta para cumplir lo que algunos autores denominan el papel de “contrarrevolución preventiva”.

En octubre de 1970 la contestación reaccionaria y derechista acorraló a Ovando y logró su renuncia. Empero el triunvirato que pretendió sustituirlo fue rechazado por una fracción militar encabezada por el Gral. Torres. Paralelamente la Central Obrera Boliviana (COB), las universidades y los partidos de izquierda agrupados en el “Comando Político de la clase trabajadora y el Pueblo” decretaron la huelga general indefinida y una suerte de movilización civil que se engarzó con el pronunciamiento de Torres. El triunvirato duró unas pocas horas y su suerte quedó sellada. Torres ingresó al Palacio de gobierno, prestando un original juramento ante el pueblo allí congregado.

No hay mucho que recontar como realizaciones del gobierno de Torres que apenas duró nueve meses, “9 meses de emergencia”, como tituló un libro el que fuera ministro de interior de Torres, Jorge Gallardo Lozada. Torres, antes que preocuparse de la administración y la aplicación de lo que ya durante Ovando se había programado, se vio obligado a lidiar cotidianamente con la conjura que seguía operando en las fuerzas armadas y con una derecha política y empresarial que financiaba la conspiración abiertamente en todos los ámbitos.

La imprescindible necesidad de ampliar el apoyo de las fuerzas armadas a su gobierno, de asegurar su difícil lealtad y, aún más, de procurar un cambio de mentalidad en ellas, obligó a Torres a recorrer las guarniciones y, en esa tarea, a esbozar los elementos de una nueva doctrina militar. No vamos a entrar en detalles acerca de esta “nueva conciencia nacional” que Torres procuraba. Sólo apuntaremos que era evidente su contraposición a los papeles de la Junta Interamericana de Defensa. Planteaba con énfasis la necesidad de la defensa de los recursos naturales, de su explotación en beneficio del país. Es anecdótico recordar que Torres, además de haber ocupado las instalaciones de la Gulf Oil Co., hubiera también planteado la necesidad de entrar en la era de la siderurgia con la explotación de las grandes reservas de El Mutún. La ocupación de campos de hidrocarburos con elemento militar y al fin firma de un acuerdo de explotación de El Mutún se plasma más de 35 años después, con el gobierno de Evo Morales.

El hecho político más notable y que polariza la atención, incluso continental, es la instalación de la “Asamblea Popular”. Hastiados de la vieja politiquería parlamentaria, de los partidos tradicionales y en medio de un auge revolucionario local y regional (Perú con Velasco Alvarado, Chile con Salvador Allende) se piensa en un órgano legislativo de nuevo tipo. Sin la aquiescencia de Torres y en las instalaciones del viejo palacio legislativo, no habría habido Asamblea Popular. A pesar de la buena disposición de Torres, la Asamblea Popular fue, ante todo, una caja de resonancia del radicalismo que resultaba funcional a los planes de la reacción. Comenzó a hablarse inclusive de redactar una nueva constitución política. En poco tiempo todo quedó en ilusiones, en buenos deseos, la contrarrevolución preventiva se impondría.

La campaña desestabilizadora emplearía todas las técnicas de la estrategia de la tensión: Desde el rumor desorganizador de la economía (“va a faltar tal o cual producto”). El rumor que amedrenta (“los padres perderán la patria potestad”). Los prejuicios anticomunistas; los estereotipos adversos a los procesos de cambio (“el Estado fracasó en la economía”, etc.) hasta el uso de la violencia y las acciones terroristas.

Durante el gobierno de Torres es palpable el incremento de las agrupaciones terroristas y sus acciones. Uno de los grupos terroristas toma el nombre de “Ejército Cristiano Nacionalista”, ligado a la policía; no es el único. Aparecen remantes de los viejos “camisas blancas” y otros más nuevos como los “nacionalsocialistas”.

El final de esta historia es conocido: La escasa oficialidad progresista es arrinconada; los duvitativos se definen “por lo seguro” y los conservadores y anticomunistas imponen su voluntad. El pueblo, con muy escasas armas, se defiende heroicamente de los destacamentos militares ya insurrectos y de las escuadras civiles fascistas. Se impone una larga dictadura de corte fascista, encabezada por el Cnl. Banzer.

III

La utilización de los métodos contrarrevolucionarios no ha sido privativo de los períodos en que estaban en el gobierno partidos y mandatarios que propugnaban cambios reales como en el caso de los primeros tiempos de la Revolución de Abril, del gobierno de los militares Ovando y Torres. También se dio cuando se trató de gobiernos que democráticos que podríamos llamar la antesala de otros que apuntaban hacia la ejecución de cambios sociales. Esto sucedió muy claramente con el gobierno de Lidia Gueiler que debía entregar el poder a la Unidad Democrática y Popular con Siles Zuazo encabezándola. El blanco real era éste, que tendría a los comunistas en su gabinete, y no Lidia Gueiler. La conclusión es que los métodos subversivos (por algo los italianos hablaban del subversivismo contra la democracia) son dirigidos contra la posibilidad del cambio social progresista y mucho más aún cuando se habla de objetivos socialistas.

Para concluir no referiremos sintéticamente a la situación actual de Bolivia. Evo Morales Ayma gana elecciones adelantadas en diciembre de 2005 y un mes después asume el gobierno. Campesino productor de la hoja de coca, pertenece a la nacionalidad aymara y tiene una larga trayectoria de dirigente de los trabajadores cocaleros. No es nuevo en la lid político-partidaria y parlamentaria; en 1997 llegó al parlamento como diputado de la Izquierda Unida y después directamente con el Movimiento al Socialismo (MAS). Su victoria en las urnas fue contundente y para muchos sorpresiva por su volumen: el 53,7% de una cifra casi record de asistencia de votantes. Su programa, un tanto ampuloso, resumía las principales aspiraciones de los trabajadores y del pueblo boliviano: nacionalización de las reservas de hidrocarburos y otros recursos naturales entregados a corporaciones transnacionales; rescate de las empresas estatales enajenadas por el neoliberalismo; redistribución de tierras y liquidación del latifundio improductivo; fortalecimiento y desarrollo de la producción nacional; política soberana de integración latinoamericana, afianzamiento de la amistad con los países del tercer mundo; dignificación de los pueblos originarios y reconocimiento oficial de sus derechos; prioridad a la lucha por la educación y por el derecho a la salud, etc. Como principal reforma política planteó la realización de una Asamblea Constituyente para aprobar una nueva constitución política.

Puede calificarse a este programa de incompleto, impreciso, no bien meditado, que padece ciertas ambigüedades, etc. Sin embargo, ha sido suficiente para provocar la más grande alarma en círculos de la burguesía, de los latifundistas y del imperialismo.

Se habla de un “instinto” de clase que hace reaccionar a un grupo social de una manera predeterminada frente a lo que significa la suerte de sus intereses. El término es inexacto para calificar los fenómenos de la conducta de los grupos sociales, pero se puede utilizar metafóricamente para explicar lo que sucede con las antiguas clases dominantes del país.

Antes de entrar en el análisis de los detalles concretos de la actual coyuntura política boliviana queremos caracterizar al gobierno de Evo Morales. Se trata de un gobierno democrático, de amplia base popular y su programa puede ser definido como un programa de progreso social, antioligárquico y de marcados rasgos antiimperialistas. La defensa de la soberanía nacional, la búsqueda de un desarrollo independiente y la atención prioritaria de las necesidades de los desposeídos son los aspectos que trata de llevar a la práctica. En política exterior se ubica entre los países que luchan por la paz y la democracia y un alineamiento con los países, sobre todo latinoamericanos, que enfrentan decididamente y sin excesos al imperialismo estadounidense. Esta caracterización y programa no está adecuadamente reflejado en su gabinete, escenario de pugna de concepciones y, en la práctica, traducido en decisiones, por veces, inadecuadas. Las representaciones del MAS, tanto en el parlamento como en la Asamblea Constituyente y en las alcaldías y concejos municipales son terriblemente heterogéneas desde el punto de vista político como de sus acciones prácticas.

Por último unas palabras sobre el partido gobernante. Es obvio que no responde ni por su estructura ni por su funcionamiento concreto ni por su conducta colectiva a la imagen que tenemos de un partido de izquierda. A pesar de que algún momento pretendió asumir el status orgánico y político de partido nunca superó el rango de movimiento. Eso así en el pueden identificarse fácilmente corrientes: desde el indigenismo radical, pasando por socialdemócratas hasta revolucionarios de formación marxista.

Las clases dominantes y poseedoras nunca abandonan el poder y sus privilegios sin presentar batalla. Es una ingenuidad pensar que aceptarán un poder político distinto al suyo; que ajustarán su conducta, económica y política a la ley, así hubiera sido creada por ellos mismos; que respetarán serena y plácidamente los plazos constitucionales que debe durar un gobierno que no representa sus intereses, etc. Es también ingenuo pensar que, en el ámbito internacional, los desplazados tendrán una conducta patriótica y no se coludirán con organizaciones, servicios y personas que, de antemano se sabe, actuarán en contra del nuevo gobierno. Lo que está sucediendo, cuando se escriben estas líneas es la demostración más palmaria de la escalada subversiva en contra del gobierno de Evo. Comenzaron criticando cuestiones absolutamente secundarias, anecdóticas, propias de una cursilería política aparentemente inocua. Pero cada uno de los fenómenos presentes en la actividad social cotidiana no cae en saco roto o se esfuma sin huella. Es, más bien, el aleteo de la mariposa que, por muy distante y leve que sea, influirá en el sistema. Si se admite la existencia de un inconsciente colectivo es posible admitir que es allí donde se acumula la energía que influirá en la percepción, en la aprehensión y finalmente en la actividad de un sujeto o de una colectividad.

De las sutiles reacciones, del afecto moderado a la pasión política y al desborde fanático hay toda una gradación. Es difícil cuantificarla, aunque no imposible. Ahora es posible medir ciertas inclinaciones, tendencias, prevalencia de percepciones y opiniones y preparación para la actividad y las acciones. Sin presunción alguna y con poco margen de error, se puede calcular dónde y cómo se manifestará la actividad, por ejemplo, de una oposición relativamente conocida e identificada. Los hechos van confirmando las predicciones hace tiempo hechas: La derecha, imperceptiblemente fue rearticulándose y camuflándose de legalista, de tolerante y negociadora. No dejó de ser hábil y sinuosa. Cuando vino la ley de convocatoria a la Asamblea Constituyente introdujo, calculadamente, la disposición de los 2/3 para la aprobación del proyecto de la nueva constitución, aunque ese cálculo estaba en contra de una elemental aritmética política, de acuerdo a los resultados - aplastantes a favor de un cambio progresista - del referéndum realizado en junio del 2006. Los bisoños negociadores del oficialismo cayeron en más de una trampa.

Instalada la Asamblea las trancas se presentaron sobre algunas cuestiones de fondo como la definición del tipo de Estado que se quería; sobre la cuestión de las autonomías; sobre el rol de las FF AA y la policía; pero sobre todo en el tema de la propiedad de la tierra y la liquidación del latifundio. Sin embargo, también se convirtieron en asuntos de primer orden algunos como la cuestión de la capital de la república y la sede de los poderes ([1]). Con este motivo ha continuado la escalada promoviendo paros “cívicos”, cabildos, bloqueos de caminos, huelgas de hambre, agresiones de escuadras juveniles, dotadas, al mejor estilo neonazi, de bates de béisbol, etc. Indudablemente todos los fenómenos descritos son pretexto, o mejor aún, máscaras que encubren otros propósitos y fines inconfesables, empero fácilmente adivinables: acabar con este gobierno y con ello evitar que se lleven a la práctica otras medidas que amenacen sus dominios y propiedades.

Como lo dijimos antes es el problema de la propiedad de la tierra, es en la lucha por ella que, finalmente, se ha visto en acción a mercenarios que han producido las primeras bajas. También por primera vez hay presos acusados de los desórdenes y de la acción vandálica de elementos que pertenecen a una vieja organización de ideología y acciones fascistas: la ya mencionada Unión Juvenil Cruceñista. Mas no es la única. Junto al tráfico de armas, de centros de entrenamiento y de adoctrinamiento, se ha detectado la presencia de mercenarios extranjeros. Es reiterada la denuncia de la presencia de paramilitares de las AUC desmovilizados de su país y hasta viejos cuadros de organizaciones fascistas del tipo de los cuadros de la “Patria y Libertad” de Chile.

En suma la contrarrevolución ha comenzado a actuar abiertamente en el país, La pregunta es: ¿Se podrá evitar el enfrentamiento? A nuestro juicio y en base a nuestra experiencia nacional la respuesta es ¡NO! Entonces, ¿cómo llevar adelante el proceso de cambios, cómo convertirlo en una verdadera revolución? Pues, con premura, unificando a las fuerzas populares, precisando los objetivos y preparándose para una confrontación que el pueblo quisiera evitar y que la reacción y el imperialismo la hacen indefectible.

Para concluir habrá que recordar las palabras del maestro de las revoluciones modernas, Lenin, que dijo: “Una revolución vale algo, sólo si sabe defenderse”.


[1] ) Sucre es la capital de Bolivia y sede del Poder Legislativo, en tanto que La Paz es sede del Ejecutivo y el Poder Legislativo. A este arreglo se llegó después de la guerra civil de 1899, “ganada” por La Paz. La vieja herida ha sido removida con sadismo político y ha puesto en peligro la continuación de la Asamblea Constituyente. La derecha ha desatado las pasiones políticas, nacional-étnicas y regionales como si hubiera destapado una caja de Pandora.

 

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