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Argentina :: 08/11/2020

Se nos fue Víctor Basterra, el fotógrafo de la ESMA

Guillermo Cieza
En los años de la dictadura y los primeros de la democracia, los ex-detenidos desaparecidos sobrevivientes pagaban una condena adicional: la de estar vivos

Víctor Basterra se hizo muy conocido públicamente cuando en los tribunales federales aportó un prolongado testimonio de su cautiverio durante cuatro años, entre 1979 y 1983, en el campo de concentración de la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), que dirigía la Marina. Sus palabras tuvieron un aporte adicional, porque acompañó su declaración con numerosas fotografías de personas desaparecidas, tomadas en el interior de la ESMA.

Detrás de ese momento relevante de su vida hay una historia que merece ser conocida, porque quizás están allí las razones de enormes decisiones que asumió en momentos límites.

Víctor fue, antes que nada un laburante. Fue obrero gráfico y empezó a participar en la Asociación Gráfica Bonarense. Tuvo activa participación en los conflictos sindicales de los años 74-75. Desde la militancia sindical se incorporó a las Fuerzas Armadas Peronistas y el Peronismo de Base. Fue parte de los últimos grupos activos de esas organizaciones, fue secuestrado en agosto de 1979 y llevado a la Esma.

Por sus conocimientos gráficos y de fotografía, o por razones que fueron exclusiva decisión de los marinos, sus captores decidieron utilizarlo en su departamento de documentación. Allí lo hacían trabajar tomando fotos a las personas secuestradas y falsificando documentos. Le habilitaron las primeras salidas, con la amenaza que de no regresar, serían asesinadas su compañera Laura y sus hijas.

En ese momento, junto a su compañera Laura, tomaron una decisión que ponía en riesgo la única oportunidad de vida que le quedaba: que los marinos decidieran no eliminarlo físicamente mientras le fuera útil. Cada vez que tomaba una foto a una persona secuestrada sacaba una copia extra que guardaba para sí.

Sacaba esas fotos escondidas en los genitales y empezó a armar un archivo en su casa. Conozco la historia del archivo de Víctor de primera mano, el mismo me lo contó cuando nos encontramos casualmente en diciembre del 82 en la estación Terminal de La Plata.

Contra lo que puede suponerse ahora, en plena dictadura no resultó fácil que ese archivo llegara a los Organismos de DDHH. La argumentación de que "por algo será", con que parte de la sociedad había justificado de las desapariciones, se trasladaba a un sector de las Madres de Plaza de Mayo que estimaba que si había sobrevivientes "por algo será".

En esos años y los primeros de la democracia, los ex-detenidos desaparecidos sobrevivientes pagaban una condena adicional: la de estar vivos. Dos madres valerosas, que merecen ser recordadas, Ana Antekoletz y Dedid Molina de Thomas, rompieron el cerco y consiguieron acercarse a la familia Basterra. Le ofrecieron salir del país. Víctor y su familia eligieron quedarse.

Tiempo después, el dirigente del sector de la izquierda del partido democristiano, Augusto Conte Mac Donell, se hizo cargo de guardar el archivo. Lo que sigue es más conocido. Fue uno de los fundadores de la Asociación de Ex-detenidos desaparecidos y se pasó la vida persiguiendo a los milicos.

La historia de Víctor Basterra es la historia de muchos heroísmos no contados. De decisiones excepcionales tomadas en momentos muy duros. Nunca aspiró a ser mucho más que un laburante. Con toda la dignidad que esa palabra encierra. Quienes lo conocimos, lo recordaremos así.

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