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Europa :: 03/06/2018

Tres despachos deutscherianos

Maciek Wisniewski
La única buena noticia es que los únicos que parecen seguir creyendo que el sistema es capaz de reformarse internamente son hoy los propios capitalistas

Doscientos años. Leída en el bicentenario del natalicio de Carlos Marx (1818-1883) la observación de B. Kunkel de “que las muchas biografías de él evidencian la básica paradoja del marxismo: mientras las biografías narran las vidas de los individuos como portadores de ideas tratando a la historia sólo como un telón de fondo, el marxismo –el concepto materialista de la historia– se opone a leer al pasado como un asunto de individuos centrándose en el antagonismo de clases y las condiciones materiales de las que surgen las ideas”, ayuda a entender un par de cosas. Una, de por qué hasta ahora no hemos tenido una verdaderamente buena biografía de él. ¿Y la de F. Wheen? ¿Y la de J. Sperber? ¿O la más reciente de G. Stedman Jones? Cada una arroja algo, pero ninguna toca la totalidad (además de que las dos últimas le hacen un flaco favor de relegar sus ideas exclusivamente al siglo XIX [sic]). Otra, de por qué no hemos tenido ninguna que fuera escrita realmente en términos marxistas. Una que no sólo captaría el Zeitgeist de su época junto con lo complejo de sus ideas, sino que “‘de-enfatizaría’ al propio Marx” y dejaría que la historia hable.

Yo digo que hace unas cuatro décadas perdimos una ocasión para un tomo así y que esa ocasión se llamaba Isaac Deutscher (1907-1967). Este gran historiador marxista polaco-británico, autor de la clásica trilogía sobre Trotsky (1954-63) fue efectivamente uno de los pocos marxistas que dominó a la perfección el arte de la biografía (siendo el otro quizás E. P. Thompson). Sabía encontrar un perfecto balance entre el individuo y la historia. Por ratos se iba incluso tanto por el lado de la segunda que por su biografía de Stalin (1949) dónde insistía en darle una explicación histórica –viendo también en él una de las inherentes contradicciones de la Revolución– le llovieron las críticas por "querer" exonerarlo. A la hora de su prematura muerte trabajaba en la biografía de Lenin (inacabada). De seguir una o dos décadas más con su biográfica cuenta regresiva –Stalin-Trotsky-Lenin-¿Luxemburgo?-¿Engels...?– ¿habría llegado a Marx?

Ciento cincuenta años. Así las cosas. “Me sentí alivianado –contaba en 1967 Isaac Deutscher con motivo del centenario de la publicación de El Capital (1867)– cuando escuché que I. Daszyński (...), el pionero del socialismo, dijo que lo encontró duro de roer. ‘No lo he leído’, dijo casi jactándose, ‘pero K. Kautsky lo leyó. No he leído a Kautsky tampoco, pero K. Kelles-Krauz, el teórico de nuestro partido lo leyó y resumió su libro. Tampoco he leído a Kelles-Krauz pero H. Diamond, nuestro experto financiero lo leyó y al final me contó todo...’”.

Esta anécdota que nos traslada a los principios del siglo XX, a los círculos socialistas polacos, ilumina bien la extraña suerte de El Capital en el seno de la propia izquierda. La puedo escuchar cinco veces al día, no sólo con motivo de los 150 años de la publicación del opus magnum marxiano (el año pasado). Pero, ¡eh! Si incluso la lectura de los capítulos correspondientes a El Capital en la biografía de Stedman Jones (Karl Marx: greatness and illusion, 2016, p. 432-535) da la impresión que su autor, un ex marxista, no lo ha leído –el resumen del argumento del primer tomo es completamente distorsionado; por los tomos dos y tres apenas se desliza–, ¿pues qué esperar? Deutscher, luego, y después de varios intentos y duras penas –como muchos de nosotros– al final lo leyó (ninguna obra me ha impresionado con semejante fuerza), pero lo del contexto ya no se lo quitaba nadie: “Las condiciones en que un joven intelectual polaco estudiaba El Capital en los 20 y 30 eran diferentes (...) Para nosotros las predicciones del colapso capitalista no eran sólo una visión apocalíptica (...) El viejo orden se estaba derrumbando (...) Observábamos la caída de los Romanov, los Habsburg, los Hohenzollern (...) Sentíamos el aliento caliente de la Revolución rusa. Apenas al otro lado de la frontera de donde vivía surgió la Comuna de Budapest [1919] y fue ahogada en sangre” ( Ibid.).

Cien años. Cuando estalla la Revolución rusa (1917) –cuyo centenario acabamos de conmemorar–, Isaac Deutscher tiene 10 años. A los trece –recuerda– absorbe de los adultos la tensa atmósfera en que todos miraban el avance bolchevique hacia Varsovia viviendo luego por años “al borde de una guerra civil, una inflación galopante, desempleo masivo, pogromos, ‘revolución abortiva’ y fútiles contrarrevoluciones” ( Ibid.). Todo en su vida –política, intelectualmente– parte de y regresa a este evento. Este es el gran y principal protagonista de sus biografías. Un acontecimiento –como dice décadas más tarde ya desde la posición de uno de sus grandes interpretadores– cuyas fuerzas creativas en contra de la dominación aún estaban lejos de agotarse y que el mundo no ha comprendido todavía en toda su magnitud. Una revolución abierta e inacabada.

En algún momento, sin embargo, fue precisamente este, su revoluciono-centrismo, que devino en uno de los principales puntos ciegos del deutscherismo: la convicción que incluso la Rusia estalinista –con todos sus crímenes y pecados que igual no temía denunciar– por ser su heredera, seguía siendo la principal fuerza revolucionaria en el mundo y su –errónea– creencia en las capacidades autorregenerativas de la burocracia comunista (¡la Revolución todavía daba para más!) que lo llevó a desdeñar a su vez los afanes reformistas de la autorganización obrera (Hungría/Polonia 1956) que para él sólo abrían la puerta a la restauración capitalista.

Coda. A 200 años del natalicio de Marx, a más de 150 años de la publicación de El Capital y a más de 100 años de la Revolución rusa, el panorama –se mire por donde se mire– está caracterizado por las ausencias:

- de una buena biografía de él (olvidense de Stedman Jones):

- de un digno sequel a su opus magnum (olviden de Piketty);

- de una remotamente semejante coyuntura a la que procedió el estallido de 1917 (de hecho tenemos todo lo contrario: la dominación está unida y la resistencia fragmentada, https://lahaine.org/aU4O)

La única buena noticia es que los únicos que parecen seguir creyendo –erróneamente y fútilmente– que el sistema es capaz de reformarse internamente son hoy los propios capitalistas. Deutscher seguramente habría sabido apreciar la ironía.

La Jornada

 

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