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Colombia, Colombia :: 13/05/2021

Un paro que anuncia al nuevo poder

Pablo Nariño
Los "guardianes de las lagunas" acampan por turnos a 4 mil metros de altura, desafían los vientos y el frío, la represión y a las empresas

Las estructuras del régimen colombiano se quiebran, y las fuerzas políticas se agitan. Como si se tratara de un poderoso huracán categoría cinco, se preparan para una potencia política que ya está transformándolo todo, y que devela el hedor de las podridas instituciones colombianas a medida que brota y muestra sus contornos; es el poder del pueblo, el poder popular. La extrema derecha, el centrismo, el liberalismo progresista, le temen a su carácter porque es radical, es decir porque va a la raíz, y como ya ha quedado claro, y a costa de la decepción de muchos, dicha raíz no fue la reforma tributaria.

Ese poder popular, al revelarse, supera las cúpulas sustitutivas de todo orden, desatando la fuerza creativa de individuos y comunidades, anunciándose como poder social y político, lo cual espanta al uribismo y también al liberalismo. La multitud de reivindicaciones y cambios estructurales que exige y traza el paro, no son expresión de confusión o ausencia de objetivos, como concluyen algunos dirigentes de izquierda, dicho enfoque caudillista, aunque reconoce el poder popular, en la práctica lo pretende suplantar.

La multiplicidad de exigencias, reivindicaciones, reformas, y transformaciones que los colombianos movilizados van esbozando, tampoco expresan caos como lo pretende el partido de gobierno, lo único que demuestra es orden, amplitud y resonancia, y en consecuencia una multiplicidad de objetivos que en medio de la lucha se sincronizan. El fascismo criollo intenta destrozar y aniquilar el paro, porque no pudo controlarlo, y el liberalismo acostumbrado a controlarlo, sobre todo usándolo como mecanismo de presión con propósitos electorales, hoy ha sido incapaz de suplantarlo.

Hace pocos días, algunos sectores, haciendo uso de la adulación hacia la sociedad movilizada, intentaron convencerle que la reforma tributaria se había hundido, y que ahora sólo faltaba que Carrasquilla renunciara. Al mismo tiempo Gustavo Petro escribía “no estamos con la consigna de derribar a Duque” “Duque tiene que terminar su mandato”, sin embargo, al siguiente día, el movimiento social en las calles de todo el país, entonaba con más fuerza “Duque Chau, chau, chau”, y exigía la judicialización y juzgamiento a Uribe Vélez, Zapateiro, Iván Duque y Diego Molano por crímenes de lesa humanidad, en razón a las decenas de muertos, centenares de desaparecidos, heridos y torturados.

Cuando las fuerzas políticas tradicionales, respaldadas por los falsos titulares de los medios, aseguraban que la reforma tributaria se había tumbado, hasta el más desprevenido de los manifestantes aclararon, que sólo se trataba de un maquillaje, de un engaño para retirar al pueblo de las calles. En otros términos, la ciudadanía con hechos y palabras, está realizando una muy importante cátedra a la dirigencia política de derecha e izquierda tradicionales.

Y es que mientras para la izquierda el retiro de la reforma tributaria es una colosal victoria. Para el movimiento popular es un importante trámite aplazado, ya que como lo demuestra todos días, sus objetivos son más profundos y extensos. Mientras para la dirigencia de importantes fuerzas políticas, el paro ya debió terminar, para el pueblo movilizado en las calles, y para millones que lo apoyan, el paro acaba de comenzar; el ingreso diario de nuevos sectores sociales así lo demuestran. Es decir, mientras el grueso de la izquierda parlamentaria tartamudea, el pueblo habla claro y se organiza.

Quienes sin lograrlo pretendieron que el paro se desactivará a cuento del supuesto hundimiento de la tributaria, aducen que después de este hecho ya no existen razones para protestar, eludiendo innumerables causas, más que suficientes como para iniciar un levantamiento popular, como por ejemplo, 6.402 asesinatos extrajudiciales de jóvenes por parte de militares que los hicieron pasar como guerrilleros muertos en combate, más de 900 líderes sociales asesinados, 50 billones de pesos perdidos anualmente en corrupción estatal, incumplimiento del acuerdo de paz, un 42.5% de colombianos en condiciones de pobreza; y 7,47 millones en pobreza extrema.

A pesar de esto, la ultraderecha hace uso del discurso difuso de los verdes, del pavor progresista a la suspensión de elecciones, y del terror de los partidos tradicionales a que el régimen se derrumbe. La actual dictadura en desarrollo, se incubó en gran medida por estos miedos más que por un pueblo temeroso. Ni las arengas de Zapateiro a la tropa en las calles de Cali, llamándolas a establecer el orden y la “limpieza”, ni las insinuaciones de la Canciller de suspender la permanencia de la misión de la ONU en Colombia, ni la policia uniformada o de civil, asesinando a quemarropa ante las camaras, ni las decenas de desaparecidos, que las cifras más optimistas contabilizan en 168 casos, ni la represión contra el personal médico que atiende los heridos, y que con las manos arriba ruegan a la policía que no los mate, ni los cortes de luz ejecutados por las autoridades para facilitar la violencia estatal que dejan a oscuras a ciudades y barrios, ni el que estaciones de transporte, fincas y puestos de policía hayan sido convertidos en centros improvisados de tortura, ni acciones como la insólita oficina del ejército en la sede de la defensoría del pueblo en Cali, o los medios llamando a la censura, o invitando a abrir fuego contra manifestantes, ni ambulancias que transportan municiones para la Policía, o helicópteros militares que sobrevuelan las viviendas del pueblo y aterrizan en sus barrios; han podido menguar este movimiento de paro sotenido y en ascenso.

Ahora pocos quieren arriesgarse a guardar silencio frente a la situación en Colombia, ni siquiera el Vaticano o Bachelet, porque si Santos cometió el grave error de creer y expresar que “el tal paro no existe” en el 2013, hoy, ocho años después, el uribismo cometió un error más grave aún; pretender desconocer un paro que sabe si existía.

Con batucadas en las ciudades, desfiles de tradicionales bandas de pueblo en los municipios, con ollas comunitarias, asambleas, mesas populares, trabajo articulado, se defienden centímetro a centímetro las calles de la violencia de las hordas fascistas del uribismo, en el contexto de un paro que según la última encuesta de CNC del 10 de mayo, cuenta con el apoyo del 81% de los colombianos.

Por su parte, junto a la violencia policial, militar y paramilitar desplegada, Duque y Uribe, fabrican un “Dialogo Nacional”, que no es más que una peregrinación hacia la Casa de Nariño, encabezada por la “sociedad civil”, representada por Fenalco, la Andi, las altas cortes, rectores universitarios, la élite eclesiástica, algunas Ongs, uno que otro líder estudiantil descubierto y proyectado por los medios masivos, y dos candidatos en declive a la presidencia. Claro que, de diálogos como estos, obviamente solo pueden surgir coaliciones; una para salvar al régimen y otra para frenar el paro.

Y mientras las barras del Cali hoy se abrazan con las del América y en Bogotá los hinchas están en las calles, ya no viendo un partido que otros juegan por ellos sino en una disputa política, de poder, mucho más seria; Duque insiste en realizar la Copa América, aferrándose a desgastados mecanismos de distracción y alienación, inoperantes en situaciones como la actual.

Gran número de organizaciones sociales manifiestan que no se sienten representadas en el comité de Paro a nivel nacional, y por esa razón se autoconvocan, se organizan en las calles, en los barrios, fortalecen sus lazos, las asambleas, las mingas, los cabildos, son espacios legítimos de deliberación y decisión populares, todos los poderes los tienen y el poder popular no será la excepción. Al fin y al cabo se trata del constituyente primario, la única fuerza en capacidad de cambiar de fondo las relaciones de poder en Colombia, en beneficio de las mayorías.

CALPU

 

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