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Estado español :: 01/08/2023

Franco y los judíos

Daniel Campione
El franquismo tuvo una actitud más que benévola frente a las políticas antisemitas de los nazis, que no se detuvo ni frente a la justificación del genocidio

Enrique Moradiellos, Santiago López Rodríguez y César Rina Simón.
El holocausto y la España de Franco.
Madrid. Turner Publicaciones, 2022.
316 páginas.

Este libro está conformado por cinco monografías que se enfocan en diferentes direcciones, si bien todas convergen en el señalamiento de que el régimen franquista, sin tener una participación directa en el genocidio, guió su conducta al respecto a través de la amplia gama de coincidencias que tenía con la Alemania nazi. Acentuadas éstas cuando los triunfos bélicos hacían creer que a los nazis les estaba reservado un papel rector en la política mundial.

La relación del franquismo con el holocausto reconoce la existencia de varias vías.

Los “nacionales” estaban teñidos por la “judeofobia” tradicional, de base religiosa, aunque también asentada en prejuicios ancestrales sobre los judíos (avaricia, usura, carácter maligno)

Esa aversión al pueblo negador del carácter divino de Cristo y “deicida” por añadidura, tenía procedencia eclesiástica y a esa doctrina se ajustaba sobre todo la dictadura. Lo que no quita que la proximidad creciente con el régimen hitleriano le facilitara teñirse también del antisemitismo de raíz racial, que podía sumarse o combinarse con la diatriba de fuentes teológicas.

Franco fue un aliado de las potencias del Eje durante la guerra mundial, que sólo se alejó de sus amigos de Italia y Alemania cuando se hizo evidente que la suerte de las armas se inclinaba en contra de ellos. Mientras tanto, no se privó de elogiar sus “soluciones” para el “problema judío”.

De los Reyes Católicos a Hitler

Hay asimismo en el libro un examen del peculiar modo de entender la noción de “raza” por parte de los doctrinarios cercanos al régimen. Una manera “espiritualista” que no se asentaba en la “comunidad de sangre” sino en compartir la lengua, la religión y la cultura hispánicas, más allá de la pertenencia étnica.

Distintas “familias” del entorno dictatorial tuvieron actitudes algo diferenciadas en la elaboración de sus prejuicios. Fue en los ámbitos más ortodoxos de Falange en que se notó una mayor proximidad con la inspiración biologista y racista del nazismo. Los partidarios de la “revolución pendiente” además lo eran del eliminacionismo que se llevó adelante cuando el dominio alemán se extendió a toda Europa.

En ámbitos más signados por el catolicismo y el tradicionalismo se prefirió la vertiente religiosa y “espiritualista”, sin que los resultados prácticos fueran muy diferentes.

España era un país casi sin judíos (no llegaban a 5000 en toda la península) y eso mismo daba comodidad para trazar los rasgos de un “enemigo” ausente, con afirmaciones que no podían confrontarse con la realidad.

Se elaboró un discurso que condenaba a la masonería y al comunismo, junto con la “judería internacional”. Esta última en un rol conspirativo que le permitía manipular desde las sombras a liberales, marxistas y representantes de las finanzas internacionales. De ese modo, la “AntiEspaña” a la que los “nacionales” aspiraban a anonadar de modo definitivo aparecía comandada por los “hijos de Sión”, agazapados en el mundo de las empresas, la política y la cultura.

Una articulación relevante era la existente entre la lectura franquista de la historia, con su devoción por los Reyes Católicos, y las profesiones de fe antijudía. La temprana expulsión de los sefardíes de España (1492) habría permitido la conformación de una España sin judíos, resuelto de antemano el “problema” que otras sociedades sufrían en pleno siglo XX. La precoz “limpieza” del “elemento judaico” se volvía otro rasgo más que destacaba a la ibérica en el concierto de las naciones.

En distintos capítulos del libro se examina con detenimiento las posiciones de la prensa dictatorial, sumada con entusiasmo a la estigmatización de los judíos, presentándolos como una “raza maldita” a extirpar de las diferentes naciones. Esto incluía la defensa más o menos desembozada de las políticas raciales de Hitler.

La propaganda del régimen pasó de a poco a criticar la persecución a los judíos y al genocidio y a despintar sus blasones fascistas tras una cobertura “occidentalista” y cristiana. Las exigencias de supervivencia de la dictadura fueron más fuertes que la necesidad de ser coherentes.

Hasta existió un mito de Franco “salvador de judíos”, erigido en la etapa de “lavado de cara” del régimen, que en realidad siguió una política plena de restricciones para permitir que los llamados “sefardíes” pudieran huir del nazismo por la vía de España.

En el artículo correspondiente se expone como algunos diplomáticos hispanos hicieron esfuerzos para proteger a judíos de la deportación y de la muerte, a menudo a despecho de instrucciones en contrario de sus superiores a cargo de las relaciones exteriores. Y luego se alude a un amplio contingente de israelitas que traspasó la frontera, a los que les fue permitido el paso bajo presión aliada, y a condición de que permanecieran el menor tiempo posible en territorio español.

Cierra la obra un estudio de caso en un nivel “microhistórico”, al indagar en el tratamiento del judaísmo en general, y del holocausto en particular, en la prensa de Extremadura. Y allí se muestra como el modesto periodismo regional sigue los pasos de las empresas periodísticas nacionales, en sus giros y sus énfasis respecto al tratamiento del judaísmo. Así como en el influjo diferenciado del aliado nazi y el inspirador clerical en la construcción de las prevenciones y condenas.

***

Una conclusión asequible es que Franco y sus dignatarios siguieron respecto al holocausto la política que sus opciones ideológicas y sus alianzas le imponían. El antijudaísmo se hallaba entre sus fuentes de inspiración doctrinaria, asociado al visceral rechazo al liberalismo. Y al anticomunismo como artículo de fe. Le era conveniente la construcción del enemigo judaico, que aspiraría a destruir las esencias hispánicas y manejaba bajo cuerda todo tipo de acciones deletéreas de la moral, la religión y el orden social.

Desde ese lugar, la política nazi fue seguida con vasta simpatía, más allá de señalarle algunos “errores”. Sólo el pragmatismo del régimen impuso un viraje posterior, como recurso a favor de su supervivencia. El fervor pro Eje se diluyó en sustento de las nuevas obediencias trazadas por la “guerra fría”. Lo que no borra la marca de la asociación con la política exterminadora a la que asistió con actitud cómplice.

El libro en su conjunto es un útil compendio que sigue el vínculo entre un régimen que cometió un genocidio contra su propio pueblo y otro que perpetró una gigantesca masacre a escala europea. Su lectura es necesaria para la mejor comprensión de una “amistad” que alentó las peores connivencias.

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