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Europa, Anti Patriarcado :: 23/06/2019

Cuando Goethe era un macho alfa

Mauricio Escuela
En su idealización de la mujer la cosifica, la transforma en una caja de resonancia mitificada

Cuando se habla del machismo, desde la teoría de género, pocas veces quiere dársele al asunto el enfoque clasista que el fenómeno manifiesta desde tiempos inmemoriales. La división del trabajo entre el hombre y la mujer fue una de las primeras acontecidas durante el traspaso del primitivo comunismo a la sociedad de explotación, y ha sido la base histórica sobre la cual se sustenta el patriarcado aún vigente. Como todo estamento o institución, tiene este un origen en la economía política del intercambio, esa que creció hasta transformarse en el posmoderno neoliberalismo.

La mujer es “una cosa”, que se usa hasta que se rompe, tiene un precio de costo y una utilidad, así, se prefiere a la joven, sana, trabajadora, fiel, que esté dispuesta en todo momento a cualquier capricho. En los cuentos de Las mil y una noches, la novia y la esposa son eso para el dueño del harén, también en la mayoría de la literatura galante, aunque el amor romántico haya exaltado casi hasta la ridiculez la belleza física femenina, machismo este último, por cierto, mitificado, oculto, permitido.

Del imaginario a la realidad, de la idea al hecho, porque todo lo real es racional y viceversa, como aseveró Hegel en su explicación de la historia. Así tenemos, por ejemplo, en la Cuba de hoy, que las mujeres con posibilidades laborales en el sector privado deben cumplir con los requisitos de la mercancía (sana, bella, etc.), actuando así la institución por encima de la ley, la cosa por encima del ser, o sea, la historia en lugar de la idea feminista en boga, que no acaba de cuajar en una sociedad regida por la fuerza del “macho tropical”.

Como hombre, he aprendido que la masculinidad, una categoría poco abordada en los medios de comunicación y las campañas de género, es tan llevada y traída como la visión utilitaria de la mujer. Ella y él cumplen unos roles en la división del trabajo, que tributan hacia la existencia de un socioclasismo bien engranado, que se niega a desaparecer del horizonte humano, ya que se vende a sí mismo como natural, insoslayable, sagrado según más de una de las grandes religiones. Por eso a veces saltan, por aquí y por allá, escándalos, una foto, un video, un asesinato, y vemos que en el fondo subyace ese enfrentamiento de géneros, el golpe seco del primitivismo divisorio entre seres humanos.

Que un artista haga su carrera basada en la cosificación de las mujeres no debería extrañarnos. El diccionario del machismo no solo alberga conceptos salidos de las canciones de reguetón, sino que ha sido el referente de más de una obra de arte, una sinfonía, una novela, un poema.

El propio Goethe, famoso por establecer al amor galante como tema central en Occidente, en su idealización de la mujer la cosifica, la transforma en una caja de resonancia mitificada, sobre la cual sonar sus metáforas mejores. En ese performance de la época, permitido, visto además con furor de moda, también está la mujer como mercancía, como ese algo que el hombre moldea a la vez que posee, que incluso puede romper mediante el uso y pasarse a otra, porque el macho es eso, eterno vagabundeo de cuerpo en cuerpo, el macho, así, no existe sino gracias a la posesión, y su existencia no tiene jamás autonomía.

Pareciera mucha la distancia entre Goethe y un reguetón contemporáneo, pero si no se mira el fenómeno holísticamente, desde un punto de vista superador, aparecerán los viejos clichés de siempre, no se llegará a la médula del asunto. Romper con el machismo es hacerlo con el capitalismo, que es lo mismo que con el esclavismo y todas las sociedades donde ha primado la división entre seres de la misma composición sensitiva e intelectual, es decir, naturaleza. Y es que ese feminismo que es solo furia contra el macho ha olvidado a los clásicos del pensamiento universal, quiere inventarse una biblioteca alternativa de pensadores, como si la historia no se estuviera escribiendo y analizando desde mucho antes de que aparecieran ciertas etiquetas.

Ir a Marx, por ejemplo, y los experimentos socialistas, resulta para muchas feministas una traición al patrón de lucha, y un espaldarazo a pensadores salidos del patriarcado, pero, ¿es posible la liberación de la mujer y seguir en medio de una sociedad de libremercado donde es el humano mismo quien pierde su libertad? Quien asiente ante tamaño despropósito actúa como aquel personaje que miraba hacia el bosque, pero solo veía árboles por separado, jamás el conjunto. El macho y la hembra son las dos caras de la misma mercancía, ambos con valor de uso y de mercado, a ellos el mundo les escamotea una plusvalía de autoestima, ética y desarrollo.

Es simplificador hablar solamente de anatomías íntimas en lugar de mujeres. La figura retórica abrevia demasiado, pero más allá de lo físico o lo pornográfico —concebidos para el macho alfa y errante—, están ciertas teorías lanzadas por estudiosos del tema del machismo en el mercado, como el filósofo José Pablo Feinmann, quien en su libro Filosofía política del poder mediático asegura la existencia mediante el poder de los medios de una “culocracia”, que vino a sustituir la noción neoliberal de la democracia representativa.

El nuevo poder lo vende todo mediante el culo de una chica, ya sea un carro o un candidato a presidente. En más de un paneo de cámaras, veremos al macho alfa Donald Trump idolatrado por modelos. Aparece la imagen de esos dos pedazos turgentes de carne y el hombre, pobre, que está soltero o tiene una esposa no tan joven y bella, se siente apabullado por ese poder capaz de sacar culos como por arte de magia.

Acota Feinmann que, en el nuevo mercado, ya no se puede hablar de la presencia de mujeres, porque estas dejaron de tener rostro, labios, cabello, piel, se fueron reduciendo hasta una expresión tan ínfima, tan impersonal, que ni nos interesa el ser que esconde. La alienación ha hecho su trabajo y el humano como ente total se tornó su parte vendible, liberada a precio de mercado. Baste decir que, en el performance de Goethe, aquel que idealizaba a la mujer y que hoy devino en “culocracia”, ella casi no varía, siendo una sustancia que se consume, o sea, un objeto que ha sustituido al ser en toda su riqueza y variedad.

Ella, a fin de cuentas, es hoy solo un culo que vende otra cosa, y también se gasta y desaparece para dar lugar a otros tantos. El macho alfa, nuestro Goethe, sigue su errancia.

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