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Europa :: 25/09/2017

Tres despachos sobre el callejeo

Maciek Wisniewski
Libros que están llenos de pensadores-caminantes, todos hombres, pero no hay ni una mujer: así no se sabe si las mujeres no piensan o no caminan

El paseante. Walter Benjamin (1892-1940) no sólo –mediante sus estudios sobre Baudelaire y el París decimonónico– rescata la figura del flâneur (paseante, que callejea) convirtiéndola en uno de los temas centrales para los estudios urbanos, sino él mismo es un ávido paseante. Las caminatas por su Berlín natal son parte de sus primeros recuerdos de la infancia (véase: Berlin childhood around 1900). Los paseos con su amigo Franz Hessel (1880-1941), escenarios de primeros serios intercambios intelectuales. Hessel –escritor y traductor, padre de Stéphane (Indignez-vous!)– es uno de los principales exponentes del callejeo (flânerie) y el autor de un importante libro sobre el tema: Walking in Berlin (1929). Para él caminar por la ciudad por puro placer es un acto de resistencia frente a la modernidad. Pero su flâneur weimariano –él mismo– es un típico espectador urbano: apolítico, neutral, desprendido de lo social. En sus ojos las marchas nazis y las marchas comunistas que se cruzan en las calles berlinesas son la misma clase de espectáculo. Aun así Benjamin reseñando el tomo lo aplaude como un épico ejercicio mnemotécnico mediante el caminar.

De hecho es durante una de las caminatas con Hessel en París que nace la idea de escribir (en conjunto) un ensayo sobre los pasajes parisinos: callejones de tiendas cubiertos con techos de cristal y acero, los tempranos centros del consumismo (H. Eiland, M.W. Jennings, W.B.: A critical life, 2014, p. 252-3). Al final la idea original no prospera, pero da inicio a un gargantual proyecto que Benjamin continúa hasta sus últimos días coleccionando y ensamblando diferentes fragmentos (véase: W.B. ’s archive, 2007, p. 253-266) y que permanecerá inacabado y saldrá sólo póstumamente: El libro de los Pasajes (1982, 1088pp.). Una de sus figuras centrales es flâneur, un solitario paseante de la ciudad que se mueve a contracorriente de las masas urbanas y cuyo estilo particular de caminar es una política en sí misma (T. Eagleton, ‘The marxist rabbi: W.B.’, en: The ideology of the aesthetic, 1991, p. 332).

El pensador. Frédéric Gros –filósofo y profesor de las universidades parisinas– en un pequeño librito (A philosophy of walking, 2014, 288pp.) que se lee como un paseo, no sólo ofrece retratos de pensadores que veían en el caminar una parte integral de la producción intelectual sino rescata y enfatiza el simple placer del pasear. Está Benjamin “que hace del flânerie todo un nuevo concepto filosófico” (p. 177-9). Está Kant que hace del caminar una herramienta de la disciplina intelectual y que todos los días a las cinco de la tarde después de trabajar se da el mismo paseo por las calles de su natal Königsberg. Está Nietzsche que más que en la ciudad prefiere caminar en el campo y asegura que escribimos sólo con la mano, pero escribimos bien sólo con los pies. Finalmente está Thoreau, el padre de la desobediencia civil y autor de un clásico ensayo sobre el tema: Walking (1862). Como subraya Gros, caminar en sí mismo es un acto de resistencia frente a las patologías de la modernidad (los mandamientos de la velocidad y de estar siempre conectado). Es una manera de romper con las inercias del presente y un quehacer cargado de dimensiones éticas que puede situarlo en el centro de la acción política: la marcha [Gandhi et al.] es, al final, la expresión de dignidad por excelencia. Aunque claramente –vale la pena añadir– no todas las marchas son iguales.

La mujer. Igual hacía falta una mujer para hacerlo: una periodista que entrevista a Gros observa que su libro está lleno de pensadores-caminantes, todos hombres, pero no hay ni una mujer: así no se sabe si las mujeres no piensan (sic) o no caminan. Pero una mujer –Rebecca Solnit– no sólo es autora de un excelente libro sobre el tema: Wanderlust: A history of walking (2001) dónde se mezclan la cultura y política del andar desde Rousseau y sus caminatas hasta las Madres de la Plaza de Mayo y sus marchas, sino quee arroja un poco de luz a este problema. Solnit apunta a los mecanismos del control social que les impedían a las mujeres ser caminantes solitarios, a los riesgos que –desgraciadamente– el caminar implica para ellas y finalmente a la histórica dominación de la misma figura –cargada de sexismo– del flâneur benjaminiano (que crítica, pero no deja de atraerla). Benjamin mismo también ignora a las mujeres-caminantes (el paseante de los Pasajes es claramente el hombre), pero aparte de pasear con sus amigos (Hessel, Bloch, Kracauer) le gusta caminar con su amante Asja Lacis –directora de teatro letona que lo introduce al comunismo– y perderse en las calles de Marsella, Nápoles o Moscú (véase: Moscow diary).

Coda. Podría parecer una feliz coincidencia que Benjamin, el gran aficionado del caminar huyendo de la Francia ocupada por los nazis, está forzado –junto con un grupo de otros refugiados– a cruzar los Pirineos a pie; pero esta huida desafortunada y terminada con su suicidio, desde el principio tiene un tinte de desgracia y acaba con una oscura ironía:

- Aunque tiene 48 años se ve –y se siente– mucho mayor (la gente de su grupo le dice el viejo Benjamin): tiene problemas con pulmones y corazón, agravados por su estancia en el campo de internamiento francés (Hessel, tras su liberación de uno de ellos, muere poco después); para aguantar el viaje inventa una rutina de caminar unos minutos y descansar uno: –Así puedo seguir... El chiste es parar antes de que me agote – dice.

- Encima de esto insiste en llevar consigo una pesada valija negra que sus compañeros en turnos le ayudan a cargar y que luego desaparece, pero que contiene un manuscrito más importante que su vida: probablemente una versión de los Pasajes [Scholem] o de las Tesis de filosofía de la historia [Tiedemann], más tal vez algunas cosas de su inmenso archivo (la maleta realmente pesa).

- La autopsia de su cuerpo encontrado en un hotelito en Port Bou –después de que decide ingerir una sobredosis de morfina– identifica aparte y pone como causa oficial de muerte hemorragia cerebral (fruto probablemente de un exceso de esfuerzo físico); al final lo que parece también matarlo es lo que más aprecia y ama: su archivo y el caminar.

@MaciekWizz

 

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