Un oficial del ejército nazi transmitía con mudada sorpresa que las mujeres judías participaban de forma masiva en los levantamientos de los ghettos con granadas en la mano y que a menudo disparaban con las 2 manos a la vez.

En la 2a. República, Clara Campoamor, abogando por el sufragio femenino, cuestionaba la supuesta inferioridad social de la mujer, y rompía con ello el principio de la supremacía masculina. El patriarcado se desquita luego con la forja de una leyenda negra sobre la incidencia del voto femenino en la victoria de las derechas (1933), idea ésta muy bien cribada por la autora del artículo.

La historiografía moderna va considerando a Al Ándalus como un regalo de progreso y como el primer país renacentista de Europa. Los tópicos españolistas y eurocéntricos (reconquista, cruzada) forman parte de una concepción apolillada de la historia.

El exiguo espacio político revolucionario va siendo ocupado por planteamientos progresistas, socialdemócratas, altermundistas, escépticos, hedonistas, conciliadores y en ese plan, algunos de ellos muy combativos, pero cada vez más alejados y ajenos a la aspiración revolucionaria y al ideal socialista

"La forja de un rebelde" no ambiciona ser un libro de historia, no pretende sentar cátedra sobre una etapa de la vida nacional, no ansía juzgar los aciertos y los errores de los revolucionarios republicanos, ni distribuir las culpas en su exacta medida. Es un relato literario acerca de la vida de un intelectual comprometido que habla de la Historia porque la vive, la sufre y la juzga.

La contextualización de la violencia es necesariamente inexistente porque es precisamente el contexto lo que debe permanecer; se intenta en el mejor de los casos reducir un efecto socialmente rechazado (las palizas) y a la vez mantener el resto del conjunto.

El automóvil constituye el más genuino símbolo del capitalismo moderno y del "bienestar democrático". Es el artilugio que más eficazmente ha colonizado el pensamiento moderno y contribuido al espejismo de la felicidad del consumo.

Cuando la feminista socialista H. Hartmann afirmó en 1979 que las categorías marxistas son ciegas al sexo, puso el dedo en la llaga de los errores centenarios sobre los que se ha levantado dolorosamente la lucha por la liberación de las mujeres, lo mismo en la tradición burguesa que en la tradición marxista, sea socialdemócrata o revolucionaria.